CUENTO DE SEPTIEMBRE: EL RÍO
La casa estaba construida sobre una colina más alta que el muelle y en el último piso tenía una ventana de guillotina de ocho vidrios. Desde allí, como desde una atalaya se divisaba hacia el norte la curva del río. Hacia el sur bajaba plateado y majestuoso en verano. Una masa chocolate, amenazadora, con troncos, árboles, muelles de paja y casas de madera girando en la corriente, en otoño.
En invierno el río llegaba a cubrir la primera sección del muelle y se hinchaba a medida que avanzaba el mes de mayo. Entonces una niebla espesa lo cubría casi siempre. Por efecto de la niebla, cuando el viejo barco llegaba al mediodía anunciándose con un pitazo largo y uno corto es que parecía nacer de entre los blancos algodones y se precipitaba como un escarabajo rojo, acezante, sobre la cubierta de gruesos pilotes donde se apoyaba desfallecido.
El niño lo veía llegar todos los días. Apretaba la nariz contra la ventana y sus ojos oscuros, casi cubiertos por el pelo negro brillaban en su cara pálida. Lo esperaba con ansiedad y sufría pensando que vendría cada vez más cansado. El nunca estuvo en el muelle, aunque no había nada que deseara con más fuerza en el mundo. Se quedaba largas horas mirándolo hasta que una mujer de ropa oscura lo apartaba con suavidad de la ventana. Así se estuvo el chico el último invierno, esperando. Un día el barco no llegó; el río estaba más hinchado y casi había cubierto el muelle y se acercaba al primer piso de su casa. Desde los vidrios empañados veía pasar los troncos de viejos árboles arrastrados por la corriente que los llevaría hasta el mar. Y su esperanza desfallecía.
El chico esperó inútilmente con sus ojos clavados en la niebla. Estaba cada día más pálido y brillaban más y más sus ojos. Imaginaba cada vez el barco rojo luchando con las aguas, naciendo duramente en la niebla y pensaba que ya estaría, como él, muy cansado para luchar con el invierno, el frío, la humedad y la niebla. Anhelaba el sol pero la primavera en esa latitud era como la continuación del invierno. Sólo un poco más verde.
La mujer de ropa oscura rezaba ante una imagen: porque viniera el sol y calmara la desbordada furia del río, porque el barco rojo saliera muy pronto de carena atando a su hijo, como otro cordón umbilical, a la vida.
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