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Cuento: El Choique


CUENTOS DE SEPTIEMBRE: EL CHOIQUE




El Choique sabía que después de la mutilla vendría el otoño. "Hojas Amarillas" treparía por los árboles del pueblo ahuyentando la savia hasta las raíces y envejecería las hojas de los tilos. Luego se lanzaría a los campos; subiría por los mimbres de la ribera y los robles de Montebello hasta llegar a su tierra donde los castaños sólo lucirían los frutos cafés encapsulados. Los únicos que seguirían siendo verdes serian los avellanos de hojas dentadas; ellos estarían ornados todo el año con las bolitas rojas ardiendo entre sus ramas. El avellano y el quitral y él mismo continuarían iguales todo el año. Todos los años. Y también el rió. El río que ahora venía oscuro de aguas, hinchado como el vientre de una mujer.

Y el Choique lanzó su oscura mirada rencorosa por todo el pueblo, más allá del río. Era muy viejo, y desde hacía muchos años al entrar el invierno escapaba a la vigilancia de sus mujeres y en su frágil canoa pretendía atracar el barco de ruedas, tan viejo como él.

Cuando "Hojas Amarillas" se metiera profundamente en el invierno y el río hubiera cubierto todo el valle; cuando las casas estuvieran perdidas bajo las aguas rugientes; cuando los Huincas manotearan desesperados salvando sus pertenencias; entonces, sólo entonces, él bajaría hasta la ribera, tomaría su canoa y lo intentaría de nuevo. Este año la venganza de la raza se cumpliría.

Cuando vinieron los Huincas de cuatro patas y cuerpo de hierro el abuelo salió al bosque a combatirlos. Pero entonces no había pueblo de Huincas. Toda la tierra mapuche era libre; bosques y hombres en libertad por todo Arauco. La guerra se extendió y de tribu en tribu vinieron los mocetones. Arqueros, Lanceros, Lanzadores de Boleadoras y Honderos. El abuelo tenía un arco de roble y finas y fuertes flechas de pellín. Y quince años de sangre ardiendo. Ya era guerrero. Había vencido a su padre en la prueba de fuerza y destreza y podía ir a la guerra. Los Huincas de cuatro patas mataban con largos cuchillos y el trueno en sus manos destrozaba el pecho desnudo de los mapuches. Pero nada podía romper el espíritu araucano. La guerra desde siempre fue un arte de su pueblo. Antes, mucho antes que los Huincas, vinieron los Hijos del Sol a conquistarlos. El orgulloso ejército de los Incas se adentró en Arauco..." y los araucanos fantasmas se volvieron. Lluvia se volvieron. Se volvieron ríos tumultuosos, de remolinos traidores. Se volvieron nieve, morada de Pillanes1 hijos de Pillanes se volvieron. Se volvieron nubes, nieblas cerradas se volvieron. Y lanzas agudas, flechas que venían desde arcos más negros que las sombras. Piedras agudas de las silbantes hondas de lana se volvieron. No descansó el brazo araucano. Ni de día ni de noche. Vigilia tras vigilia. Ojos en los bosques, ojos en los ríos, ojos en las sombras se volvieron. Así golpeaba el brazo mapuche. Y su oído era fino para escuchar el pie del guerrero inca. Y su flecha de pellín silbaba hasta el cuello indefenso. Y así, furioso y derrotado volvió el soldado inca por los caminos del desierto. Arena y rabia tragaron. Ni oro y esclavos. Saliva amarga llevaron."

Así combatieron los araucanos a los Hijos del Sol. Los hombres del sur siguieron libres dominando los bosques fríos e impenetrables. Hasta que llegaron los Huincas y con ellos la guerra. Y los mapuches de nuevo fantasmas. Otra vez vientos y huracanes. Otra vez ríos, nieve y tempestad, otra vez furia se volvieron. Lucharon trescientos años. Trescientos largos años y jamás vencieron al pueblo araucano.

Dioses Araucanos

El Choique miró las nubes agitadas. "Hojas Amarillas" traía vientos fuertes y en el cielo él veía el carro de los Pillanes, los carros de los viejos padres que llegaron desde más allá de las nieves, desde las altas cumbres a engendrar mujeres y fundar el pueblo mapuche. Hijos de la Tierra y del Cielo, eso eran. Y los mejores guerreros. Como Curiñancu, el abuelo, del último Toqui.2 Como el Toqui él esperaría a que cayera la primera nieve para dar su última batalla. Esperaría a que durmieran sus mujeres. Esperaría a que las sombras ocultaran su cuerpo y bajaría hasta el río tapado de niebla. Se adentraría en la canoa y se llegaría hasta la gran canoa roja de los Huincas. Esa canoa roja como fruto de avellano que lanzaba llamas y rompía en olas la calma del río. Y entonces, en la sombra, él mataría la bestia preñada de Huincas.

"... entonces viento y nieve se volvieron, lluvia y tempestad se volvieron...". El Choique se durmió sobre las pieles de oveja frente a las llamas del fogón. Y soñó que se convertía en un pájaro que volaba hasta un árbol donde lo esperaba Curiñancu, el abuelo.

Jefe máximo. Jefe de Tribus.

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