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NOVELA

Miguel Tauro, su primera y única novela, escrita muy jóven, fue publicada años después, en 1957, en Concepción, Chile, bajo el nombre de Pedro F. Riquelme. Daniel Belmar en el prólogo dice: “...F. Riquelme es mozo joven, casi un niño. Con “Miguel Tauro” desea tantear la solidez de su mensaje. El mismo lo considera un comienzo. Pero se trata en verdad de un comienzo promisorio, la iniciación en la dura y larga carrera literaria de una voluntad tenaz, de una vocación que brota, irresistiblemente, como esa pasional, esa vegetal geografía del sur desde donde ha venido su corazón noble y tierno”.


Miguel Tauro
Fragmento

La primavera se descolgó a la tierra en el follaje verde de los árboles y un poco de esperanza agitó mí dormida facultad de vivir. No sé cómo mi madre me consiguió cama en un sanatorio, y entre lágrimas y adioses partí un día rumbo al norte. En el mismo tren viajaban muchos conocidos, en su mayoría cargadores e inquilinos de los fundos cercanos. Muy alegres, con una bolsa al hombre, se habían despedido de sus familiares en la estación. La banda municipal les tocó aires marciales hasta que el tren se perdió en la primera curva. No lograba comprender el motivo, hasta que uno de ellos me preguntó mientras desataba el paquete del “cocaví”. -¿Ud. se enganchó, también? ¡tan flaquito! ¿Me había enganchado yo? ¿y en que?, me interrogué con amargura. Mi vecino no esperó que le contestara y continuó hablando: -Claro, pu, ¡ñor! si vamos toos p’a Lota; por eso no pagamos pasaje ¿no oyó los discursos y la banda? No había oído los discursos, pero dije que sí. Me alargó un huevo duro, mientras lo comía le seguí escuchando: -En Lota, esos comunistas e’mierda están en huelga. Por eso el gobierno –y se sacó el sombrero grasiento- nos lleva para salvar el país. No me gusto lo de “comunista e’mierda”. Tenía familiares en Lota y uno de ellos pertenecía a esa filiación política. Sin embargo, callé mi protesta haciendo esfuerzos entretanto por comprender en qué forma podían aquellos héroes salvar el país. Mi primo, -el comunista- me había hablado muchas veces del duro trabajo en la extracción del carbón. Conocía a mi improvisado compañero de viaje, inquilino de un fundo de los alrededores, y estaba seguro de que sus conocimientos no pasaban de enyugar una yunta de bueyes. Le pregunté seguro de la respuesta: -¿Conoce la mina? -No, ¿para qué?- me dijo, y acto seguido, se arremango la manga mostrándome un bíceps bastante desarrollado. Luego de esa prueba de sabiduría dio por terminada la charla y se enfrascó en la contemplación del paisaje. La mayor parte de los ocupantes del vagón no conocía siquiera Lota. Tiempo después, supe la odisea de mis coterráneos. Fueron recibidos con música y escoltados a pretendidos alojamientos. La promesa de una espléndida paga los alentaba tornándolos orgullosos. Llegaron de todas partes atraídos por esa esperanza. Con ellos y los regimientos destacados se pensaba quebrar la huelga minera. Un desprecio callado y amenazante marcó a los rompehuelgas. Sólo andaban en grupos, protegiéndose mutuamente. Entretanto el conflicto seguía su curso. El movimiento era fuerte y unido, no había razón que se pudiera oponer a la justicia de sus peticiones, pero la Compañía no deseaba entender; no existen para ella las necesidades del hombre al que considera un filón más, diferente al carbón, pero explotable al fin. El clima de Lota estaba saturado de odio. Desde las plantaciones de eucaliptus en Lota Alto, se domina el mar, azul e inmenso. Allí refrescaban el alma, enferma de tanta iniquidad, tres mineros del pique Alberto. Ajenos a la belleza del paisaje, sus pensamientos se concentraban en el problema de la alimentación que se hacía escasa; las reservas, aunque se restringieran, no podían durar más de tres días. Eso les tenía de pésimo humor. De pronto repararon en la figura despreocupada de un hombre que avanzaba por el sendero. Este se encontró de improvisto en medio de los tres amigos, y al advertirlo, su cara tostada palideció repentinamente. –Era el “Cheuto”.- Debía el apodo a sus ojos bizcos.- Jefe de los rompehuelgas, se había ganado el odio incondicional de los mineros por sus continuos insultos y bravatas de matón.- De poderosa contextura física, cifraba su orgullo en la fuerza de sus puños.- Pese a ello, todo su valor parecía haberlo abandonado en ese momento ante la decida actitud de los mineros que se habían levantado de un salto, cortándole toda retirada.- Temblaban de miedo las pálidas mejillas.- Presa de una furia incontrolada, rotos los límites de la clemencia, los hombres se abalanzaron sobre él derribándole.- Un entrecruzarse de maldiciones los envolvía.- Era la venganza, salvaje y antinatural, pero la única que podía herir la mente de la víctima hasta hundirla en sí misma.- El “Cheuto” guardaría para toda su vida el infierno de ese momento porque nada pudo herir más su orgullo de hombre.- Los tres vengadores, brutal y despiadadamente, uno a uno lo habían poseído.- En el atardecer tranquilo sólo se oía el llanto del “Cheuto”.- Abajo, las luces de Lota brillaban hasta el mar.




"NOVELAS"

Los filos del tiempo

Prólogo de Miguel Tauro

Miguel Tauro



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