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pedrofuentesriquelme

Cuento: Erika


CUENTO VILLANO: ERIKA


Dos hombres, con rostros y miradas expectantes, beben cerveza en potrillos de cerámica de Valdivia. Uno de los vasos representa en sobre relieve parte del fuerte de Corral, con los cañones españoles apuntando hacia la entrada de la desembocadura del río, allí, donde las aguas bravías de las montañas, luchan contra las oleadas constantes del mar que se mete, río adentro. El otro vaso muestra el interior de un bar austriaco en donde un cazador gordo, con sombrero tirolés y pluma alzada, tiende al tabernero unos faisanes mientras con su otra mano sujeta la escopeta de caza. Después de haber hablado un largo tiempo, caen en una especie de mutismo y mantienen los ojos perdidos en las figuras de los potrillos y parecen haber agotado la conversación, hasta que uno comenta: - hace años estuve en un bar en Alemania, en Köln, - dice, como para romper el silencio que los mantiene distantes – un bar semejante al que aparece en la figura de tu vaso cervecero. Lo atendía una alemana joven y amable que me sirvió toda una mañana. Era el único cliente, a esa hora demasiado temprana, y ella preparaba todo para recibir a los habitúes del mediodía y, más tarde, después del cierre de negocios y oficinas, la avalancha de gente a despejar los malos días de la semana y reír de todo con otros camaradas. Rutina de los viernes, me dijo; pero esa mañana yo era el único consumidor y me atendió esta anfitriona bien dispuesta. No se molestaba por mi pésimo dominio del alemán. Me corregía, incluso, y me guió por las especialidades gastronómicas del Bar, con su gran barra de madera de pilares torneados. Reconocí en ellos nuestro lingue maravilloso, ahora extinguido. Le dije de donde venían esas maderas y sólo río, sin creérmelo. Pensó que era un chiste mío. Un chiste tercermundista, con un algo de revanchismo cultural. Pero yo había mencionado el hecho porque de maderas sabía todo lo que el abuelo sabía, que era bastante; de maderas y de esas montañas, y que, a toda la tribu de nietos, nos metía a la fuerza en las vacaciones escolares en que nos mandaban allí para ayudarlo en las faenas del campo -.

- Yo estuve, en ese campo, un verano; fui ayudante de tu tío Luís, ayudante de fogonero -.

- Lo recuerdo Sebástian. Fue uno de los mejores años de los abuelos. Frutas, maderas, cereales, animales, aves. Aquello parecía un zoológico -.

- O el arca de Noé, Martín… -.

- Como el arca de Noé… a esa edad uno magnifica las cosas. Incluso las gentes son más altas, o más buenas, o más malas de lo que realmente son -.

- Es que a un niño le llega todo multiplicado, tal vez para que su computadora imprima sin posibilidad de perder información… hasta su muerte -.

- Y volviendo a Tito, Sebástian… ¿qué crees? ¿Estará muerto… como algunos me han dicho? -.

- Tú lo conociste igual que toda la pandilla. Tal vez un poco más porque te seguía muchos de tus pasos… -.

- No todos… tenía su propia dinámica. Observaba tanto a la gente, tras su máscara de pelo, que era raro el que no se ponía nervioso en su presencia. Una chica me dijo, una vez, que le daba la impresión de que podía leer y hasta meterse dentro de ella. Y luego esa actitud casi suicida ante un desafío de cualquier tipo. No le temía a nada. Y por esa especie de curiosidad por saber hasta donde podía llegar el prójimo se metía en los peores peligros.

- Te buscaba mucho; como que copiaba lo que tú hacías o de cómo lo hacías -.

- Eso fue un tiempo… recuerda que a los trece años nos fuimos del barrio, después de ganar la Beca de los Estudiantes Pobres -.

- Y te la entregó el Alcalde y lo mandaste a la mierda, con todo y Beca… -.

- Me gané una paliza de mi madre… ya ves que no era negada para el palo. No me perdonaba una. Me dijo que era un huevón. Que con esa beca me podría convertir en maestro primario y si perseveraba podía llegar a ser, finalmente, director de una escuela pública, lo mejor en educación en el país. Me echó un discurso hasta la medianoche y cuando se convenció que no aceptaría la beca, arregló todo, incluso vender la casa y nos fuimos a Concepción, para cumplir mi ambición de meterme al liceo y luego seguir en la universidad.

- Tremenda tu vieja, doña coti, Martín Pescador…

- Hacía años, años que nadie me llamó así… ahora sólo soy Adrián -.

- Sólo son cosas, nombres de villanos… recuerda que cada quién tenía un apodo. Yo soy René, pero todos me siguen diciendo Sebástian por aquella vez del circo que hice de torero a un toro falso -.

- Qué lindos tiempos…

- Pero ahora todo está hecho una mierda. Yo me fui a las minas, en Lota, contra los consejos del viejo zapatero. Tú te fuiste a los trece años, antes de estallar la Segunda Guerra. Los republicanos habían perdido en España y llegaron muchos de ellos a estas tierras. A curar heridas y aprender de nuevo cómo cambiar el mundo -.

- Luego de eso tuvimos un Presidente que destinó mayores recursos a la educación. Aunque siempre el país dedicó mucho ingreso a esa faena. Hasta los generales bolivianos y peruanos, en el siglo pasado, dijeron que una guerra con Chile era pan comido porque el presupuesto de educación era mayor que el de Guerra. Este Presidente murió antes de terminar su período. Y vino Antonio Ríos que le regaló el cobre a las compañías gringas como apoyo a la causa de los Aliados. Yo creo que jamás esos accionistas de esas compañías han ganado y se han reído tanto de nosotros como en esos años. Y entretanto cagados de hambre. No había aceite, té, ni café, ni trabajo. El azúcar costaba un dineral y la miel y otros productos había que mandarlos al exterior para recoger divisas. Los argentinos no fueron pendejos: vendieron carne, grasa, cueros, granos, todo al mejor precio del mercado y trajeron toneladas de divisas. Pagaban bien a su gente ¿y la guerra? ¿ y “Los Aliados”? ¡Que la hagan los que ganan con ella, hijo! -. “Los Señores Gordos de la Guerra. Los Señores gordos de la Guerra ofrecen después del caviar: cañones múltiples de repetición, rifles ligeros, automáticos, con balas de rastrear. No se escapa el objetivo. En la lucha nocturna con lentes infrarrojos. Infalibles. Tanquetas-camuflaje, computarizadas para subversivos del interior. Barcos espías, con todo y sus maldiciones: aviones invisibles al radar, equipos escucha hasta cualquier lugar del planeta, desde qué dice una familia que come su pavo de Navidad hasta la Dinastía Ming. Gases rápidos y bacterias replicables; virus mutantes. Un nuevo cáncer galopante. Satélites espía, bombas de matar una ciudad entera. Se dan probadas y todo a precios módicos. Si no tiene dinero se lo prestamos. Todo lo que debe hacer es hipotecarme su país. Con todo y minas. Con todo y mar. Con todo y gente. Sin gente no hay soldados. Sin soldados no hay guerra. Sin guerra no hay negocio: ¡Devora rápido tu kosher y vete por el mundo, Henry; agita tú monedero y tuerce la nariz a esta revolución! Los Señores Gordos de la Guerra dicen: ¡Salud! Y se miran ceremoniosamente por sobre el vaso de cristal cortado de Bohemia: los Señores Gordos de la Guerra. La Segunda Guerra, gran escuela para el negocio de matar y ganar. Formemos ahora el Complejo Industrial-Militar. ¡Negocio-Dominio-Poder, seguros! Sin banderas. O con banderas. La mercadería se entrega en casa. Frotar de manos gordas, sudadas”.

- Después que los gringos quemaron Hiroshima y Nagasaki con la atómica, Martín, nos empezaron a llegar barcos y barcos con alemanes refugiados. No traían ni calzoncillos… y el bueno de nuestro gobierno les regaló tierras y ayuda hasta las primeras dos cosechas, incluso una casa en cada campo. ¿Tú crees que un día cualquiera, si tenemos que llegar forzados a Alemania, nos tratarían igual? Tendría que ser otra Alemania. No la que conocemos -.

En todo este tiempo la vida estaba más cabrona que nunca. En Lota, Schwager, Coronel y Curanilahüe, los mineros pararon por los salarios hechos arena por la inflación. Habíamos elegido un Presidente radical que salió con nuestros votos. Todo el mundo pensó que apoyaría los derechos de los trabajadores. Nos mandó siete regimientos y contrataron gente desesperada por los pueblos y los campos: los metieron en las minas y nos quebraron. “Los aires de Salem se derramarán por la tierra y, como las Brujas, arderá cada rojo en las hogueras”. Después este Presidente, no sé de quién, porque ya no era nuestro, sacó la “Ley de la Defensa de la Democracia”. Y arrasaron con sindicalistas hasta dejar fuera de ley al Pardito Comunista. “El mal del este, el oso de la estepa: ¡Achtung! ¡Alto! ¡Stop!: Las fuerzas de Salém están vivas y desde las sombras, vigilan; vigilan con sus hogueras encendidas”. Para rematar su gobierno, este pendejo se amarró peor con los gringos y siguió apoyándolos, con precios de cobre bajo el valor del mercado internacional. Y así entramos a la guerra de Corea, según él porque era el preludio de la tercera guerra mundial para librarnos del comunismo internacional, pero ese preludio lo pagábamos con sudor y hambre de mineros -.

- Y el cobre era nuestro único producto de exportación -.

- Por lo menos el más importante, Martín… -.

- No es fácil salir adelante con nuestros países… -.

- Mientras existan los capos mafiosos gringos, mangoneando todo y que aprendieron que el negocio de la guerra es rápido y fácil -.

- Pero no mangonearán todo, ni a todos…. -.

- Ni todo el tiempo… como dijo el gordo Churchil -.

- Te has vuelto todo un filósofo, Sebástian… -.

- Lo malo es que sólo sé un poco de todo. Yo no pude estudiar y sí me habría gustado una carrera. Y una especialización. Pensé en medicina desde muy chico. Desde que descubrí que toda la población de este barrio estaba invadida de parásitos. Y eso se lo debíamos al español dueño de la chanchera que funciona a diez cuadras de la villa y lanza toda la excreta al río -.

- Ahora me explico muchas cosas, Sebástian. Nunca pensé en ello. De conocer nuestro estado de salud por esa chanchera, puedes estar seguro que habríamos hecho algo. Lo menos darle de tomar la misma agua al español y a su familia -. Después de esos comentarios se quedaron largo tiempo silenciosos y sus miradas volvieron a separarse para caer en la ventana en donde la lluvia golpeaba y marcaba gruesos surcos sobre los vidrios esmerilados, con figuras de delgadas doncellas, vestidas a la antigua, quitasol en alto, paseando en algún parque de viejos tilos, sobre una alfombra de hojas amarillo-anaranjadas.

- Yo espero que venga Tito… Sebástian -.

- Yo también lo espero, Martín -.

- No siento, no puedo creer que esté muerto y estando vivo no puede tener peor memoria que nosotros. Dijimos que nos reuniríamos en este bar, de don Clotario Hidalgo, hoy, veinte de abril de mil novecientos sesenta y tres, a las seis -.

- Ya llevamos tres jarras de cerveza y son las ocho. Pidamos otras dos y ordenamos según nuestro trago -.

- De acuerdo. Pero dejemos las cervezas por un vino -.

Llamaron a don Clotario y ordenaron la cena: perdices en escabeche, salmón ahumado del río y un caldillo de róbalo.

- Tengo ostras de Puerto Montt y machas de Puerto Saavedra, jóvenes -.

- Empecemos con ostras y las machas que sean a la parmesana. Y el resto que venga lento porque la noche es larga, don Clotario… y aún no se completa el grupo -.

- Y el vino blanco helado -.

- ¡Bravo, Sebástian! No más esta cena vale el viaje… sin ofender… porque lo mejor es haberte encontrado en esta cita al atardecer y espero que lleguen nuestros camaradas. ¿Vendrá Erika?

- Todo esto es un poco de la locura de aquellos días. En el momento en que juramos llegar aquí, hoy, venir desde dondequiera que estuviésemos, ya es una locura. Pero por mi parte me alegro de haberlo hecho. No se si vendrá Erika. Ella no regresó desde que se fue con su madre a Santiago. Nadie supo más de ellas; ni siquiera terminó la primaria. Tito lo supo a los dos días y andaba con un humor de perros. ¿Recuerdas que siempre andaba pegada a él? ¡Hasta se peleó con alguno de nosotros que le dijo que era su novia! Ahora no podía entender esa casi fuga de la Marlén con su amiga -.

- La verdad, el Tito la sentía suya, aunque los dos eran unos pergenios, no creo que tuvieran mas de nueve a diez años en ese momento. Pateaba el suelo y me aseguró que iría por ella, aunque su madre la hubiera metido a un Bunker. Aunque tuviera que convertirse en Chimalguén y volar de noche, de pueblo en pueblo, de tejado en tejado, la encontraría.

- Recuerdo que cuando llovía y nos íbamos a correr por los potreros mojados, a pata pelada, ella nunca se rezagaba. Hacía pareja junto a él y era tan buena corriendo que lo adelantaba con sus zancadas hacia atrás, y lo hacía sólo para ver la cara de Tito, ese rostro que amaba, y que descubría el viento al separar su pelo que era más bien un casco de pelos negros. Y cuando él trataba de adelantar sacaba fuerzas secretas que sólo conocía su cuerpo delgado y Tito se enfurecía con ella. Entonces Erika cedía, y poco a poco le dejaba ganar, hasta que él, legítimamente, pensaba que lo había vencido. Creo que aún a esa edad tan temprana, habría muerto por él. Y la Marlén como que intuía; además no era blanda con su hija, no le gustaban sus andanzas con nosotros. Como buena germana quería disciplinarla desde chiquilla. No creo que llegara azotarla, la quería demasiado para eso. Hasta que un día se fue y dejó su negocio a la gorda, con casa, con todo. Hasta con sus cinco sobrinas como llamaba a las chicas que servían. Creo esa casi fuga fue su manera personal de protegerla -.

- Era una chica hermosa y alegre, bien la recuerdo; entregada y valiente. Ni siquiera chistó cuando juramos esta reunión y lo sellamos con sangre de las yemas -.

- Así era Martín… y cada quién la quería, a su manera -.

- Yo creo más bien que nunca la diferenciamos porque en casi todo era como una camarada más -.

La mesa que ocupaban los dos amigos estaba al centro del bar, lejos de la barra. Cerca estaba una estufa de hierro que de cuando en cuando lanzaba pequeñas volutas de humo por la presión del viento nocturno que había arreciado. Sumidos en una de sus ausencias habían encendido, uno un cigarrillo y, el otro, un habano que aromatizaba el lugar. Al poco tiempo sintieron una racha de aire helado que les llegaba desde la mampara con sus cristales barrocos; lanzaron una mirada y vieron entrar a un lugareño, con su manta de castilla de cuello alzado y el sombrero alón, negro, metido hasta los ojos. El recién llegado ocupó uno de los asientos giratorios de la barra y pidió, con voz ronca, una Bilz y un aguardiente.

- Un Chiflay – comentó el hombre del bar al servirle, como recordándole el nombre popular del trago.

- Y ahora un Baracoa, con fósforos, don Clota - le dijo, sin responder al comentario. Después de eso el hombre se dedicó a mezclar la bebida azucarada con el aguardiente y beberlo a lentos tragos, mientras su mano libre sostenía el cigarrillo con anillo dorado. La cajetilla mostraba en una de sus caras una selva tropical y una pareja de negros, semidesnudos, machete en mano, limpiando una plantación de tabaco. Los negros llevaban atado, alrededor de la frente, una especie de pañuelo blanco y, a la cintura, una faja sujetando los pantalones arremangados que dejaban libres los pies desnudos. - ¿Dónde estará esta plantación? – Se preguntaba saboreando el tabaco negro - ¿existirá realmente? ¿Y en qué lugar del planeta? Sólo debe ser imaginación del artista -.

En eso pensaba cuando uno de los tipos de la mesa del fondo se le acercó y se sentó a su lado, en otro asiento giratorio.

- Hola Ronconi – le dijo sonriendo – y Ronconi lo quedó mirando, tratando de adivinar quién era este desconocido -.

- No sé quién eres - le contestó finalmente – pero sólo uno de los nueve me llamaría Ronconi después de estos años -.

- Vente a nuestra mesa, saluda a Martín Pescador - pero Martín se había levantado y le tendía los brazos -.

- Esa voz la reconocería en cualquier lugar de este planeta – le dijo.

Ronconi no dijo nada. Pero su rostro y los ojos húmedos lo decían todo. Luego se liberó de la manta de castilla y el sombrero alón y quedó frente a sus amigos luciendo una chaquetilla corta, de huaso. La barba renegrida no lograba ocultar su vieja cicatriz en la mejilla izquierda. Una cicatriz que todos sus amigos conocían. Ahora, por efecto del aguardiente, se veía un poco más roja que de costumbre.

- Te has hecho todo un huaso, Ronconi ¿por dónde andas metido? -.

- Me compré un campito cerca del Lago Budi. Allí vivo, con mi mujer y dos chicos -.

- ¿Ronconis? – bromea Sebástian.

- El mayor. El más pequeño sacó la voz de cualquier cristiano.

- ¿Y ustedes, de dónde vienen? ¿Del país o de fuera? Ya retrocedí veinticinco años en mi memoria y los recuerdo bien. Tú eres René, el “Sebástian” y tú, Adrián o “Martín Pescador”. ¡Quién lo hubiera creído! Después de tantos años. Los encuentro viejos y yo me siento como si el tiempo no me hubiese pasado por encima. No creí encontrar a nadie. Mi mujer me aseguró que estaba loco viniendo a esta cita. “Hablar y prometer de muchachos - me dijo - ¿cómo puedes pensar que habrá alguien allí?” Me gustaría verle la cara si nos viese aquí, reunidos, por lo menos a tres -.

- Cuatro – dijo una voz a sus espaldas. Y los tres se volvieron para mirar al tipo alto y delgado que sacudía su perramus cargado de agua, mientras lo colgaba en el perchero de madera. Luego se quitó el sombrero y pudieron ver el perfil afilado de Green, el mejor corredor en un potrero de pasto corto, bajo la lluvia -.

- Ya veo que no me esperaban…

- Los esperamos a todos – contestó uno de sus amigos.

- Es un decir… - aclara – en estos veintitantos años nadie supo nada de los otros, excepto Tito, que lo vi una vez… más bien dos veces – dice casi a media voz. – Así, con la barrera de todo este tiempo ¿Quién puede saber quién viene, o quién no? Pero veamos, déjenme hojear la memoria: ¡Tú eres Ronconi, inconfundible por tu voz, aunque te escondas bajo esa barba! René o “Sebástian” y “Martín Pescador”, el chico genio del barrio, con su beca de los estudiantes pobres -.

- Y la ceremonia de la entrega con el Alcalde…

- Y la cara de sorpresa del Presidente del Club de Leones…

- Y el silencio de toda la escuela reunida en el gimnasio…

- Y el aplauso de los estudiantes villanos cuando gritaste ¡No quiero ninguna beca de mierda!

En ese momento habló Ronconi:

- Nunca supimos porqué rechazaste esa beca -.

- Tampoco nosotros porqué te aplaudimos… -.

Martín se quedó en silencio mientras sus compañeros escarbaban en esos recuerdos. Todo eso estaba muy al fondo de su memoria. El hecho mismo estaba muy vivo en él; lo había recordado Sebástian hacía poco rato, pero la razón de su impulso o reacción tan violenta era algo que no tenía claro. Talvez este viaje y el repasar aquellos años con sus camaradas le traerían las piezas faltantes de ese rompecabezas. Talvez porque no debieran existir “Becas para Estudiantes Pobres”, sí unas becas para los mejores, y no una por año sino todas las que sean necesarias ¿y porqué “marcar” una distinción, porque se supone que era una distinción, con eso de “estudiantes pobres”?. El ayudante del tabernero apareció con la fuente de ostras y el vino blanco, helado, y fue acomodando todo en dos mesas unidas, con nueve lugares dispuestos. Aún regresó a la cocina por la bandeja de machas a la parmesana y, cuando tuvo todo ordenado con sus platos individuales, copas oscuras y claras, los invitó a pasar. En el momento de levantarse los cuatro amigos se abrió la mampara y entraron tres personas: dos con mantas de lana, de la zona, y el tercero con un impermeable verde y boina española, negra. Los hombres de manta se adelantaron al grupo que los trataba de identificar hasta que Ronconi habló por todos:

- Horacio y Marciano… -.

- ¡Y Daniel…! – habló el tercero mientras se despojaba del impermeable mojado. Lo mismo hicieron los de las mantas, empapadas por la lluvia.

- Mira nomás cómo me quiere mi suegra. Tremenda mesa…

- Ahora le rendiremos honores a ostras y machas y la cena empezará cuando estemos todos… si les parece – Sebástian los miró interrogativos y como nadie se pronunció en contrario dio la orden a don Clota de esperar una hora para la cena.

- Diez de la noche, del veinte de abril de 1963, orden del día: ¡se reúnen en el bar de don Clotario Hidalgo, la sociedad secreta de los nueve villanos, después de N años de joder por el mundo…!

- Genio y figura hasta la sepultura, Daniel – le contesta Sebástian mientras los invita a pasar a la mesa servida y cada quién interroga para conocer las andanzas del otro.

- Propongo una moción de orden – Marciano, de los últimos en llegar les hablaba con el vaso de vino blanco en la mano – brindemos por este encuentro y… ¡salud! – terminó aprisa porque sintió que la emoción del momento era mayor y más difícil de controlar de lo que había imaginado y ya no se sintió seguro de lanzar el largo discurso que había ensayado desde hacía unos días, para esta reunión. El frío de la noche les había despertado un hambre de lobos y atacaron las otras y las machas de lenguas rosadas, cargadas de queso derretido. Con la tercera botella dieron punto final al entremés y encendieron los cigarrillos, mientras Martín sacaba otro puro que apretaba lentamente entre sus dedos.

- Un puro de esos no me lo pierdo por nada - le dice Daniel. Y Martín coge una pequeña caja de caoba conteniendo aún quince puros y la coloca al centro de la mesa.

- Qué extraño… - habla otra vez Daniel – ahora que recuerdo, la única vez que te vi fumar un puro tenías once años, porque estábamos en quinto de primaria. Y estabas amarillo y vomitabas… y ahora fumando estos… -.

- Ese fue el puro que le compré al turco Jaman, el viejo Simón, que era el único que los fumaba en todo el pueblo. Primero no quería venderme y luego de explicarle que lo compraba a mi tío, cualquier tío imaginario, me vendió aquel puro fatal. Recuerdo que era puro tabaco negro. Buena capa y tripa larga pero fuerte como el demonio. Yo había visto al viejo Simón fumando sus puros a la entrada de su tienda. Había observado que lo mantenía un largo tiempo a un lado de su boca y luego lo cambiaba de lugar mientras realizaba cualquier actividad. Lo que no imaginé jamás es que no debías aspirar el humo. Y fue lo primero que hice. A la tercera bocanada estaba tendido en la lona. Como si me hubieras emborrachado con todos los licores del mundo. Después de aquello no podía ni siquiera sentir el olor de un cigarrillo. Sólo después, en el futuro, tuve una experiencia semejante, un mareo en un helicóptero, con efectos parecidos al de mi primer puro -.

- ¿Dónde vives, Adrián o Martín Pescador o como te llames ahora? – le pregunta Marciano.

- Vengo de Costa Rica, Marciano. Y no tengo otros nombres, allí solamente soy Adrián Arce. Trabajo en Punta Arenas, un puerto de poca importancia en el Pacífico, en una pequeña estación de biología marina.

- ¿Y allí que haces? – Le urgen Horacio, Daniel y los otros – cuéntanos de tu trabajo en ese puerto -.

- No es nada espectacular. Si recuerdan, después de mi aventura de la Beca de los Estudiantes Pobres, y la paliza que me arreó mi madre, nos fuimos a Concepción. Ella llevó algún dinero por la venta de la casa y todo lo que no podíamos cargar, que no era mucho, pero algo valía. Nos instalamos en un cuarto en una pensión. Se ofreció para limpiar casas por un día o más por semana. Yo me fui a trabajar en una bodega de abarrotes como despachador. Logré un horario de siete a las catorce horas, y de esta manera empecé en el Liceo Nocturno. Al terminar el Liceo me había enamorado del golfo de Arauco y su riqueza inagotable de todas las especies. ¡Era tan fácil vivir con solo tener un bote y unos pocos aperos!

- Di el examen para Biología Marina y quedé en el grupo de ese año. Más bien era un micro grupo; porque era una carrera nueva, no se le veía proyección, etcétera -.

- ¿En un país como el nuestro, con cuatro mil kilómetros de costa, más el territorio Antártico? -.

- Lo mismo pensábamos nosotros, Marciano. Pero las ideas nuevas es abren paso muy lentamente. Tan lentamente que al terminar la carrera, ninguno tenía trabajo en empresas privadas. Nuestro campo sería la investigación, docencia y hasta ahí. En ese tiempo ni pensar en un proyecto propio. Ni siquiera como grupo podíamos obtener el capital necesario -.

- Para celebrar mi graduación convencí a mi madre y nos fuimos de vacaciones, dos meses, a Puerto Nuevo, en Lota. Si alguien conoce por allí, recordará que después del embarcadero de carbón, pasando la entrada de las minas, está el túnel a Carampangue. A la entrada del túnel está el Pequeño Restaurante del Mar, El Quijote, de Claudia, una señora tremenda. Yo creo que se llama el Quijote porque a veces cobra y en otras sólo saluda y bromea con el cliente después de servir una cena o comida opípara. Curiosamente, ella sabía de antemano quienes no tenían dinero y, sin embargo, les servía como si fueran el Duque de Windsor. Lo increíble es que la gente regresaba a pagar la vieja deuda. Y todo se hacía en silencio, como un pacto secreto en que sólo cabían dos sonrisas. A los tres días, mi madre se había encariñado con doña Claudia y le ayudaba en la cocina. Intercambiaban recetas, adobos y se iban juntas al mercado en busca de hierbas aromáticas y especias para los guisos. Yo había enganchado como ayudante de pescador de Luís, un ex minero silicoso, dado de baja por la compañía carbonífera. Y allí sí que se pesca, amigos. Aquí me gané el mote de “Martín Pescador” porque tenía suerte en la pesca de la trucha o róbalo en nuestro río -. O las angulas de agosto en el río y las carpas gigantes de la laguna que les vendíamos a los turcos del pueblo… - recuerda uno de ellos. Y quedan pronto pensativos, reviviendo esos días y los rostros con veinticinco años menos, con sus ropas tiesas de barro, los pies desnudos y la carga de carpas atravesadas de las agallas en las varillas flexibles del sauce llorón.

- ¡Pasó un ángel! – exclama Daniel, aludiendo al súbito silencio –pero sigue con tu historia Martín -.

- Les digo que allí sí se pesca en ese golfo. No lo sé ahora, pero en aquel tiempo era de tirar cualquier cosa al agua y tenías peces en el bote. El viejo Luís me enseñó muchos trucos del mar. Hasta saber cuándo dejar la pesca más prometedora, sólo por unos nubarrones en el cielo y lanzase a todo motor hacia la costa. Y a querer a los animales. Los lobos allí se van por los botes como si fueran viejos amigos. Brincan como saludando y luego se van, hasta su roquerío, con sus crías o, simplemente, a tomar el sol. Este pescador ex minero regresaba de sus redes los peces pequeños, no sin antes decirles que volvería cuando llegasen a adultos. El decía que hablaba con todos, hasta con los lobos, con sus pieles lustrosas y grandes bigotes. Pero era casi lo mismo con sus historias de la mina, siendo barretero. Según él, en un turno de noche, tuvo ensartado al Malo hasta que le prometió entregarle el dato de un filón de oro en las quebradas de Lirquén, que él bien conocía con sus buenos mantos de metal amarillo. Estaba muy emocionado cuando nos despedimos. Le prometí regresar al año siguiente pero el destino me tenía trazado un camino que yo ni siquiera imaginaba. Al regresar a Concepción, que fue un domingo, temprano compré el periódico local y leí primero la página cultural que es lo que más me interesa de esas publicaciones de fin de semana. En una de las páginas de esa sección venía un recuadro de la embajada de Costa Rica; el anuncio ofrecía becas de especialización en varias áreas y, entre ellas, la de Biología Marina. Al día siguiente, lunes, me comuniqué a la embajada en Santiago y obtuve información a los pocos días. Postulé a esa beca y esta vez no me importaba que fuera de estudiantes pobres y me gané dos años en Costa Rica. La beca alcanzaba para dos personas y me lleve a mi vieja. Y allí estamos desde entonces. Ella cría un nieto y mi mujer y yo hacemos investigación sobre migración de tortugas y la defensa mundial de estos animales que son cada día más perseguidos y diezmados. Al ritmo actual pronto serán especies extinguidas y desaparecerá en un siglo lo que la natura creó y ha mantenido por millones de años -.

- Lindo trabajo Martín, te envidio, y te deseo la mejor de las suertes en tu trabajo -. Ronconi le hablaba con su voz rasposa, invitando con un gesto a un saludo por el camarada.

- Yo me anclé en estas tierras. Gané para comprar la parcela, pegada al lago hasta con una pequeña isla de cuatro hectáreas y poco a poco vamos saliendo adelante, aunque difícilmente. Horacio y Marciano lo saben bien, están en lo mismo; también se quedaron por aquí, sólo que más lejos del terruño que yo, la vida en los campos es dura y complicada para formar un capital, y para eso pueden pasar muchos años, a veces toda la vida -.

- Nosotros vivimos por la costa de Toltén a Valdivia, somos vecinos con Marciano – explica Horacio – nuestra vida y labores no debe ser muy distinta a la de Ronconi. Mi parcela es un regalo de mi compadre el Presidente de la República. Le di siete hijos varones a la Patria y como manda la ley, el regalo de Bautizo del Benjamín fue la parcela y así quedamos de vecinos con Marciano, frente al mar, a unos pocos kilómetros de Queule y la desembocadura del Toltén. Es un lugar hermoso y como somos una familia tan grande, siempre hay un cuarto disponible para los amigos. Pescados y mariscos no faltan, en resumen, están todos invitados para cuando quieran. Luego les doy las coordenadas a cada quien y ¡salud! Que la vida es corta y jodida, pero tiene sus encantos, como hoy ¿quién lo iba a decir? ¿Después de veinticinco años? A todos los encuentro viejos, excepto a Marciano que lo veo casi todos los días.

- Mi historia - dice Marciano - es como la de Horacio, sin compadre Presidente y sólo con tres hijos. La casa es igual de grande y espero tenerlos a ustedes y a sus familias en cualquier día, cuando se les ocurra llegar, sin o con aviso de llegada -.

- Me va tocando el micrófono – ríe Daniel – logré llegar a la Escuela Normal de Victoria y me hice maestro. Vivo con los Pehuenches, en los altos del Bío-Bío. En invierno comemos piñones y los días de suerte algún venado perdido. Es una vida limpia y tranquila, todavía no encuentro pareja, pero la escuela es grande y los puedo recibir como alumnos -. Esta vez todos celebran entusiasmados la idea de alumnos por quince días en la escuela de Daniel.

- Nos faltan Tito y Erika, para que nos cuenten sus andanzas… -. Martín mira a Sebástian como pidiendo ayuda y luego a Green, Ronconi, a Marciano y Horacio y Daniel… pero nadie le contesta. - ¿Hay algo de ellos que no me han dicho…? – y esta vez Sebástian lo mira largamente para después mirar el reloj.

- Sólo faltan treinta minutos para las doce. La cena estará lista a esa hora y nuestro encuentro daba a esa hora final para le llegada del último o los últimos. Esperemos un poco.

- A Erika nunca más la vi – dice Ronconi – desde que se fue con su madre a Santiago. De Tito sé que estuvo unos años en el barrio. Prosperó como comerciante y tenía buenas vinculaciones con proveedores de Lota y Coronel. También comerciaba con distribuidores de Concepción. Yo le vendí, incluso, durante años, mis cosechas de cereales, desde que una vez me propuso: - ¡Mira Ronconi, te ofrezco un trato: este año divide tu parcela en cuatro a partes iguales y siembra lentejas, cebada, frijoles y trigo centeno! -.

- ¡El trigo centeno lo pagan mal; da menos harina; y los rindes son menores que el del trigo ruso que ahora siembro, Tito! -. Pues ese es mi trato, me dice él. Te pago tu centeno arriba del trigo ruso y como si fuera un rendimiento equivalente por hectárea. Así no pierdes nada y tienes toda la oportunidad de ganar. Tus porotos lentejas y cebadas te las pago a los precios que yo vendo a los grandes, menos mis gastos, por supuesto. El caso es que hicimos el trato que yo nada arriesgaba y así pagué hipotecas y salvé mi parcela de las garras de los Bancos -. Por unos minutos se queda en silencio y luego prosigue:

- ¿Recuerdan ustedes la cara del Tito? Para mí fue siempre un misterio. Yo lo miraba con respeto desde que era chico, desde aquella vez que se ganó el nombre de Manolete toreando al gordo Yáñez. Entonces demostró una sangre fría realmente de torero porque el gordo casi lo doblaba en peso y mucho más alto y fuerte que él. En cuanto a saber o conocer sus reacciones por su rostro era imposible. Su pelo era un verdadero pasamontañas que ocultaba sus ojos y sus pensamientos. Y esos pelos lo seguían acompañando mientras crecía, convirtiéndolo en un misterio andante. Recuerdo también que nunca fue agresivo. Ganó sus batallas a la defensiva, con resultados parecidos a la pelea con el gordo Yáñez -.

- De esa misma manera lo recuerdo – dice Green - que había permanecido callado hasta entonces – también que no olvidaba una acción mal intencionada. Recuerdo que una vez, sentados junto a Huañaca, el grandulón tonto del barrio, éste le ofreció un maní de los que consumía en ese momento. Tito le dijo: ¡Gracias! Con su voz siempre educada y apenas había apretado el maní, que resultó vacío, el Huañaca soltó una carcajada y no paró de reír hasta levantarse y dejarnos solos.

- ¡Este Huañaca será siempre un huevón! - le dije, para consolarlo.

- No hagas caso Green… solo recuerda que nunca puede ser tu amigo, a no ser que quieras la cuchillada por la espalda -.

- No hay que exagerar ni ser rencoroso, Tito… -.

- Esto no es rencor. Lo anoto en mi memoria y ahí se queda, archivado para siempre. Y él no es el único, todo el mundo tiene sus vueltas. Hasta yo tengo las mías. Y eso no quiere decir malo ni bueno. Simplemente somos así. Además, con ejemplos como ese, cada día aprendo otro poco y aumento mi conocimiento de la gente; a veces, los pongo a prueba, los sigo hasta el fondo mismo de sus pensamientos; les puedo leer y hasta viajar por su alma. Y es muy hermoso cuando encuentras gente limpia, sin trampas y entonces quisieras tener un poder para corregir a los otros, los que respiran y llevan dentro lo peor de un ser que piensa… así mido hasta donde puede llegar cada uno… el Huañaca me tomó de sorpresa, tal vez porque en ese momento el olor del maní tostado me hacía agua la boca; por esa distracción no leí en su cara sus intenciones -.

- ¿Qué puedes leer en su cara sus intenciones? ¡No jodas Tito! ¡Ni que fueras el mismo Nostradamus! -.

- Es que no es tan difícil Green, ¿no sabes que las ideas están todas en el aire? Como en una biblioteca gigante se acumulan las ideas. ¡Pero ojala pudiera ser Nostradamus! Ver el futuro, curar a la gente, a lo mejor hasta cambiar la historia. Así hasta podríamos tener autoridades competentes. Gobernarían los más inteligentes, los más sabios, lo más honestos, los honrados, los más valientes y avanzaríamos con botas de gigante…

- Con “Botas de Siete Leguas”…

- Eso, Green, con esas botas y la voluntad de todos y entonces sí seríamos “la copia feliz del Edén” -.

Eso es lo que una vez conversé con él, tal vez no las mismas palabras, pero sí su sentido.

- Era bravo ese Tito – dice Ronconi y luego todos dirigen su pensamiento a esas fechas y al muchachito que crecía defendiéndose de todo y su mata de pelo negro utilizada como una cortina, desde donde podía ver a los demás, sin que los observados se enterasen.

- ¡Hora de Brujas! – anuncia Daniel - ¡Esperemos que ahora sí lleguen nuestros amigos! -.

Afuera se escuchaban los silbidos y ruidos del temporal desatado; se metía por las rendijas de la mampara encristalada y regresaba el humo por el cañón de la chimenea. La lluvia seguía la misma furia del viento y caía en ramalazos en las paredes de chapa de zinc de la casona que albergaba el bar.

- Voy a cerrar la puerta de la entrada – anunció don Clotario.

- Dénos diez minutos – pidió Sebástian – sólo diez minutos para esperar a nuestros amigos -.

El tabernero se alejó de la puerta y ellos siguieron hilvanando recuerdos.

- Cuéntanos de ti Green, ¿qué haces, o en donde has vivido estos años? -.

- No muy lejos, en Concepción, camino a Talcahuano, en un terreno de una hectárea en donde monté una ferretería -

- Seguiste los pasos de tu maestro Froilán…

- Así es Horacio, Froilán era un maestro entero. No sólo cumplía sus trabajos. Los hacía con dedicación y con las espuelas era un artista. Cuidaba hasta el sonido final de la rodaja. Decía que, por la vibración sonora, podía distinguir a una cuadra una espuela hecha por él. La forma de las agujas de acero y el sonido debían formar un solo cuerpo para dar ese toque que él podía distinguir sin equivocarse. Yo aprendí mucho con él. Lo que hago no tiene nada de artístico. Herrería convencional y compra y venta de fierros, máquinas chatarra, etcétera. En lo familiar tengo mujer y un hijo que me acompaña a correr; todavía me gusta correr a pata pelada por la parcela, sembrada de pasto corto; en especial cuando llueve y esta afición la ha tomado mi chico -.

- Ahora sí cierro esa puerta – les avisa don Clotario – esta lluvia y este viento ya es huracán. Yo me encierro en mis cuarteles y ustedes disfruten la noche. Mi ayudante les acompaña ahora -.

Iniciaron la cena con las perdices en escabeche, las últimas de la temporada de caza. Disfrutaban cada bocado, acompañado de la cebolla dorada y el aceite de oliva. Era la cena ritual imaginada veinticinco años atrás, después de correr una tarde entera por los potreros y sentir el hambre acumulada de todo el día, de toda la semana, hecha angurria: “y despachar un festín… de perdices en escabeche; salmón ahumado; una tortilla de angulas y un cóctel de erizos; mantequilla del campo envuelta en hojas de repollo; pan caliente de horno de barro; los vinos encorchados tipo exportación; ¡y cargados a la cuenta neblinosa del porvenir! sellar el pasado, sellar el presente y un salto en el tiempo, un brinco en el vacío; ¡Y qué importa, demonios! Porque: ¿quién sabrá ver en lo inesperado, al final de esos años? Quizás un poco o mucho de lucha; de miedos, agazapados en el viejo laberinto de pliegues del futuro; una cena para nueve, en el Bar elegante de don Clota. En la casa señorial vestida con sus chapas de acero estampado, sus ventanas con rejas de hierro forjado, y sus gruesas maderas amarillas, barnizadas. La vieja casona con Henrietta de quince años, donde pasea como un fantasma y se muere el amor platónico de Green. La casa con sus maderas y barrotes venidos de ultramar, con sus vidrios retocados en relieves y su alta y bella escalera de caracol”. El vino generoso acompañaba cada pausa y las copas se alzaban por cada recuerdo, por cada trozo de vida que alguien rescataba en la memoria colectiva. En esos momentos cobraban vida los habitantes en plena actividad: la rubia Alicia y el tonelero con sus amores fallidos y su ayudante araucano, Carileo, que superó a su maestro en el arte de las duelas, los zunchos y en el templado de azufre de artesas y toneles, fudres y pipas. Froilán el herrero, con su fragua aventando chispas de carbón de piedra y sus manos maravillosas convirtiendo un clavo de fijar rieles en una herradura ligera o en una espuela que suena como un arpa. O la Marlén, madre de Erika, con su casa encendida de noche y el rasguear de guitarras enloquecidas. Por esa gran memoria que han unido en esta noche viajan el turco Sepúlveda con sus historias de peces en el vino. Las peleas famosas de grandes y chicos en el gran cuadrilátero marcado por los viejos eucaliptus junto al río. Allí donde se peleaba el honor o se lanzaba la ofensa, a puñetazo limpio. Las historias de Juan y Medio, el maderero generoso que luego construyó casas en donde su orgullo le hacía exclamar: ¡No llevan ni un solo clavo! Y era verdad. Todo estaba hecho a formón: calado y espiga, en las bazas de cimientos, en los postes de sujeción y en los travesaños hasta rematar las vigas y su arte de constructor de casas hasta de tres pisos se vio a prueba viva en el terremoto del sesenta, con ocho y medio grados en la escala de Richter. Ni una de sus casas cayó. Mientras en el pueblo de los altos se cuarteaban las construcciones de hormigón y retorcían sus traves y caían las casas de adobe entre nubes de polvo, las casas de Juan y Medio resistían. Con una crijudera de los demonios, las juntas de las maderas sonaban a ruedas de carretera desengrasadas, multiplicadas por casi todas las casas del barrio que él había construido.

- ¿Y el viejo Juan con su Juana? – Pregunta alguien - ¿Siguen en el barrio, se murieron o se fueron? ¿Y su periódico? -.

- ¡Los “fueron”, - dice Ronconi – me tocó verlos después de la huelga de los mineros de Lota. A los pocos días de la huelga el Presidente Gonzáles sacó su “Ley de Defensa de la Democracia”. Y se lanzó como una fiera contra el Partido Comunista al que declaró fuera de ley. Y vinieron razzias por todo el país. Peinaron tan fino que llegaron hasta nuestro barrio y se llevaron a los viejos, entre la policía política y un piquete de carabineros a caballo. Los viejos salieron, con los ojos firmes, puño en alto y así siguieron hasta que los vimos desaparecer, camino a los cuarteles -. “Las hogueras de Salem se alimentarán de todos los que porten el mal del Este, hasta que se consuman”. Sólo supimos que fueron relegados, quizás por Pisagüa, donde se estableció un campo de concentración; en todo caso, muy lejos desde donde habían venido la primera vez, en su primera relegación. Eso es lo que vi de los viejos.

- Quizás no vieron el país de los trabajadores paseándose por las estrellas…

- Importa mucho si no lo vieron o si no lo supieron. Pero, de cualquier manera, esa idea estaba en ellos, metida hasta en su sangre.

- El Tito era muy apegado a los viejos y lloró de rabia cuando le di los detalles del apresamiento del viejo zapatero y su mujer -.

- “No le hacían daño a nadie. Sólo defendían su trabajo, su salario y su derecho a la libertad y a la vida, Ronconi. ¡Qué carajos!” -.

Cuando Ronconi calló, todos guardaron silencio recordando a los viejos.

“Nunca más una mañana con una sonrisa y un cucurucho de miel en papel strass”.

A las dos de la mañana terminaron con la sopa de róbalo y muchas botellas vacías; los envases de vino blanco y tinto habían sido ordenados en mesón aparte por el ayudante del tabernero. Estaban todas las marcas prometidas y alguna nueva que algunos de ellos recién conocían.

Se encendieron los Baracoa. La cajetilla corrió de mano en mano. Daniel, aprendiz de fumador de puros, ya dominaba la técnica de ablandar ligeramente el tabaco, llevarlo un tiempo entre los dientes apretados hasta sentir el sabor de la hoja y, finalmente, encenderlo, parsimoniosamente, hasta con un despliegue elegante.

- Lo haces muy bien, Daniel - le aprueba Martín – hasta creo que te gustaría visitar y tal vez trabajar en esas tierras del buen tabaco y café -.

- ¿Es una invitación? – pregunta en broma pero con cierta ansiedad reprimida.

- Es una invitación, con boleto pagado. Necesito un ayudante para multiasuntos. El sueldo no es alto pero te permitirá continuar en la Universidad, en lo que sea tu vocación y a lo mejor la encuentras en lo mío: la Biología Marina -.

- ¡Salud por eso, Martín! Me embarco contigo y hasta pronto escuela mía. ¡Oh Dios! ¡Esta sí que es sorpresa, amigos míos. Hasta me dieron ganas de mear con la emoción! - y se levanta aprisa, más por ocultar su estado emotivo que por la urgencia biológica. Cuando desaparece en el cuarto de baño, todos felicitan a Martín: ¿Es en serio la oferta, Martín? Es en serio – les responde - con estas cosas no bromeo. El podrá vivir un tiempo en mi casa, hasta que se organice. Es el único que está solo y le hará mucho bien lanzarse en algo nuevo. A lo mejor dentro de seis años tenemos un nuevo biólogo marino, lanza en ristre, listo para revolucionar las técnicas locales de pesquerías: ¿No recuerdan cuando queríamos formar un criadero de nutrias y coipos, criaderos de angulas o de lisas gigantes en el lago Budi? ¿Quién puede saber? Daniel es muy joven y todo lo puede lograr porque es decidido y empeñoso -.

- Me gusta la idea del criadero de lisas en el lago Budi - le dice Ronconi – ya te lo dije, Martín, frente a mi campo tenemos una pequeña isla -.

- Antes de irme hablaremos de un plan de un criadero de lisas en el lago. Que yo sepa, y hasta ahora lo había olvidado, es de los pocos lagos en el mundo que se nutre del plancton y renueva sus aguas en el mar. Y todos se lanzan a soñar: miles de lisas en una red, millones de lisas de lomo oscuro y panza blanco-amarillenta en las aguas vivas del lago. Lisas para todos los campesinos, lisas para el viejo barrio, lisas para las nuevas generaciones de pequeños villanos que aún beben las aguas contaminadas del río.

- ¡Salud por Daniel! ¡Salud por Martín! ¡Salud por Ronconi y todas las lisas del mundo!. A las cuatro de la mañana apenas contenían el sueño y solo Green había resistido la andanada de copas. El había esperado largo tiempo la aparición de uno de los ausentes “¡Que venga, que corra, que nada lo detenga!” Alguien o algo grita angustiado dentro de él. Aquello fue un mal sueño. Un mal día, una mala noche. Vio tan mal a Tito que le pidió a su mujer viajar con su familia a Concepción con el niño. Y dejarlos solos. “No vayas por ella; no vayas a la nada; buscaré la forma de sacarte del pozo de esta idea. De sacar esta locura de tu cabeza y plantarla en otro recuerdo. Talvez, Tito, en la última carrera por los potreros, con tu rostro al viento, tu cara descubierta y los ojos de Erika lanzada corriendo hacia atrás, con sus ojos grisazul perdidos en los tuyos. Con su sonrisa tibia de rubio animal entregado. En esos recuerdos Tito, ella está allí, viva, y es tuya desde entonces y será tuya hasta que tu memoria la quiera retener. Si lo quieres, si lo deseas tan profundamente estará en ti por toda la eternidad. Y vivirás en el viento con ella. Correrán por potreros de pasto corto y mojado chapoteando en las pequeñas charcas de pasto inundado; en los huracanes, en las lluvias lentas y finas como pelo de mujer. Lo tendrás todo, Tito”. La chica del tren nocturno, esa paloma tibia y dormida en tu hombro, en el expreso a Puerto Montt, Tito, sus mismos ojos grisazul, pueden ser en otras, en miles de mujeres, y su traje rojo también, hasta con su sombrero pequeño del mismo color, hasta con su misma voz y hasta los mismos recuerdos susurrados a tu oído, pueden ser, en otras chicas, en cualquier otro sitio y venir a ti desde cualquier otro lugar del mundo.

“Las sirenas aún me tientan en mis sueños

y el mar se agita

y el sueño grita tormenta

y te reclama”.

¿Es que no recuerdas que los pensamientos viajan y están en todo? ¿Que se graban de algún modo y están entre nosotros y se te meten en el sueño y hasta en medio de las horas asesinas de los días? ¿No recuerdas o no quieres recordar que las ideas vuelan? ¿Que más de dos personas realizan en lugares opuestos del planeta, acciones iguales, a la misma hora, en el mismo minuto, en el mismo segundo? ¿Muchas veces, todos los días? ¿Y sin saber uno del otro? Las ideas, Tito, están en el aire. ¿Y porqué no los cuerpos? Todo se mueve con el viento. ¿No has visto a veces que alguien, casi siempre una mujer, se queda muy quieta, en cualquier lugar, con el rostro distendido, como esperando una señal secreta y es sólo que espera el viento o la brisa o un pequeño soplo de aire para que entre en su piel, por su piel, para adentrarse aquello por sus venas y luego correr locamente por sus ríos?. La chica del Expreso a Puerto Montt, Tito, es y no es ella. Te habló, fue tu Erika dulce, fue tu animal rubio, entre pequeños secretos enterrados, susurrados en la entrega contigo; entrega de dos días ¿o un millón de días? Fue en ese espacio - tiempo la amiga de tu infancia y esta Erika encendida, “con sus suaves colinas, con sus pequeños volcanes tibios de leche y miel”; eso y muchos mundos más en tus millones de días en dos días que fueron para ti el tiempo suspendido, regalo de los Dioses, Tito, regalo de los Dioses de nuestros ríos. Y luego su embarque, casi huida, de tu corazón y de tus manos, en el muelle, en el viejo barco rojo, de ruedas, rumbo a las tierras de los “Venados”; en busca también de las montañas de su padre y su llegada de nunca, de jamás, porque ella, Tito, murió después de su graduación, un día antes del terremoto, la misma noche y la misma hora, el mismo minuto, el mismo segundo en que tú viajabas, en el camarote de tu coche dormitorio, en el Expreso a Puerto Montt.

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