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Cuento: Piotr Ilanski


OTROS CUENTOS: PIOTR ILANSKI




Piotr Ilanski tenía su casa a pocos kilómetros del polo norte. En cierta manera vivía de los renos, pero también del bosque del cual obtenía los troncos para vender al aserradero cercano. El aserradero convertía sus troncos en maderas pulidas para la fabricación de casas que viajaban hasta el otro lado del mundo. Muchas veces se preguntó porqué era necesario ese largo viaje para que esas casas albergasen gente de otras latitudes. ¿Acaso no habrían allí, árboles? ¿Si no su misma clase de pinos, por lo menos otras maderas, igualmente apropiadas para construir hermosas casas? Pensando así en las maderas, fue también imaginando como serían esos países, y como serían sus gentes, su forma de vivir y otros muchos detalles que ahora tenía un poco confusos. Más bien esas gentes, en su imaginación eran casi sombras apenas moviéndose en una especie de noche polar. De esto habló a su mujer y le prometió que apenas huyese el invierno se irían a esas y otras lejanas tierras. Ella le dijo que terminaría de curtir las pieles de reno para entregar en las tiendas de la ciudad y entonces estaría lista y con recursos para unas vacaciones, lejos del frío.



El invierno fue desapareciendo, con los días estirándose cada vez más hasta que los amaneceres llegaron en arreboles, con nubecillas apenas aborregadas. Entonces viajaron hasta la capital y, en el mismo albergue, fueron atendidos para seleccionar el lugar y los pasajes. Su mujer eligió los mares de colores del Caribe. Le fascinaron las playas blancas, a diferencia de las suyas, negras como el granito de donde procedían. Las palmeras fueron otro argumento para convencer a su marido y, por último, el no saber cuando podrían regresar a otras vacaciones por que éstas, tal cuál habría resultado, se llevaba la producción de troncos de un año y el curtido de muchas pieles de renos.



Puestos ya de acuerdo sobre el lugar recibieron sus billetes y derechos de estancia en una zona de pequeños edificios individuales. Al llegar, lo primero que extrañó a los Ilanski fue que todas las construcciones eran de falsos ladrillos de cemento y argamasa y los letreros en los lavabos en que recomendaban no beber el agua de la tubería. Pero el mar era maravilloso. Lo vieron por primera vez en la mañana, antes que el sol apareciese, brotando del mar. También esa aparición del sol desde lo profundo del mar les pareció extraño, fuera de orden, pero luego no volvieron a pensar en ello puesto que estaban observando que muchas cosas semejaban a lo imprevisto de la aparición del astro rey.



Aunque era primavera el sol ardía sobre sus cuerpos, Ilanski tenía la sensación de que el sol producía ruidos, pequeños ruidos rabiosos al mediodía, tal vez para meterse con más fuerza por la piel blanca de sus cuerpos. El encargado les advirtió sobre una insolación, y desde entonces resolvieron gozar la luz solar desde muy temprano y descansar a la sombra las horas del mediodía.



Al cuarto día solicitaron un vehículo para recorrer la zona y les marcaron detalladamente los lugares a visitar y las preocupaciones necesarias para no extraviarse y evitar el asalto en despoblado. “El asalto en despoblado”, aunque inquietante, les pareció una broma del encargado para incluir una dosis de emoción a estas vacaciones. Llenos de información sobre antiguas y olvidadas construcciones de culturas ya desaparecidas, se adentraron por caminos bordeados de vegetación baja. Ilanski señalaba a su mujer la maleza nueva en donde no aparecía ni un solo tronco sobre tres pulgadas.



Las ruinas eran hermosas y el labrado de las piedras hablaba de todo un mundo dedicado a un destino desconocido para ellos. Admiraban especialmente las líneas puras de los muros y las simétricas escaleras hasta lo alto de las pirámides en donde remataban en un amplio espacio truncado.



De entre la maleza aparecía de vez en cuando un vendedor de piezas de barro, algunas muy bellas. Decían ser piezas arrancadas de las tumbas de los nobles pero decidieron no adquirirlas porque pensaron que esas piezas deberían estar en los museos para prueba viva de aquella civilización perdida en el tiempo.



Al regreso tomaron una senda diferente y, en una curva, estuvieron a punto de volcar por un obstáculo de concreto, construido a lo ancho de la senda. Casi al momento apareció un policía que les advirtió precaución con lo que él llamó “topes”. Pues sí nos dimos un buen “topón”, comentó la señora Ilanski. El policía pareció ofenderse y les culpó por no obedecer las señales de tráfico y, prestamente, les mostró un letrero tras un árbol en que se dibujaba una flecha indicando el tope. Ilanski respondió que ese letrero era imposible de leer por ocultarlo ese árbol, pero el policía le argumentó que cuando se colocó estaba perfectamente visible y no era su culpa si había crecido un árbol frente a él.



Luego del percance siguieron la brecha y al ver que no se veían topes a la vista ni letreros de aviso tras los árboles, Ilanski se lanzó a mayor velocidad. De pronto escuchó un grito de su mujer que le advertía algo y sólo tuvo tiempo de meter el freno y ayudarse de los cambios inversos de velocidad; aún así vio con espanto que habían quedado al borde de un relleno inconcluso que caía unos cincuenta metros. Bajaron con mucho cuidado después de aplicar el freno de seguridad del coche y comentaban lo sucedido cuando apareció el mismo policía, tras un árbol. “¡Ya les dije- les habló casi con fiereza –que tuviesen cuidado en la conducción y respetar los letreros!”- Ilanski solo miró y le dijo calmadamente: el letrero que vi, anunciaba carretera nueva, recién inaugurada por el señor Presidente; ¿cómo es posible eso si aún faltan cincuenta kilómetros?



-De sólo mirarlo se ve que Ud. es extranjero- le dice el policía –si había un letrero que dice carretera completa inaugurada por el señor Presidente, es que es una carretera terminada y san se acabó. Lo que Ud. debe hacer es seguir y no creer en ilusiones ópticas-.



Los Ilanski se miraron extrañados y, silenciosamente, se introdujeron a su carro virando ciento ochenta grados para retornar a la senda de venida que, aunque no había sido inaugurada, estaba completa.



-No pienso volcarme en una ilusión óptica de cincuenta metros de profundidad- dijo él –Yo tampoco- respondió su mujer –aunque eso, me parece, más acertadamente, es la óptica de una ilusión.



Cuando llegaron estaban agotados de las emociones del día y se retiraron a dormir. La señora Ilanski, como cualquier mujer, encendió el televisor a color, vía satélite, que ponía en contacto con todo el mundo. En un programa apareció anunciado el Presidente de ese país para responder del trabajo de un año.



A las primeras palabras los Ilanski se quedaron estupefactos. El Presidente inició su informe al revés, con un largo listado de trabajos terminados y, otros, que aún le faltaban por inaugurar. No había un solo ejemplo de trabajo necesarios que se veía a gritos faltaba, en cualquier calle, en cualquier población y que había sido evidente, aún para ellos, al llegar hasta el lugar de recreo. Les había parecido especialmente triste la suerte de los niños, con las manos tendidas en las calles y, más bien parecían, una especie en peligro de extinción.



No podían dar crédito a lo que oían y su sorpresa fue aun mayor cuando escucharon que se daba oficialmente inaugurada la supercarretera intergaláctica que uniría a ese país con el mundo estelar. El financiamiento, decía el Presidente, sería costeado con nuevos impuestos y el préstamo atado del Banco de Desarrollo Intergaláctico.



-¡Yo, nunca- exclamó a señora Ilanski- me meteré a esa supercarretera intergaláctica, especialmente después de inaugurada! ¡No pienso estrellarme en la singularidad de una ilusión óptica! Además -agregó suavemente- no creo tener suficientes pieles de reno para financiar esas vacaciones, aunque los críe por el resto de mi vida.



-Definitivamente- le respondió Ilanski- reconozco mi error por estas vacaciones. A excepción de las personas tan amables que hemos conocido, del mar de colores y las viejas culturas…- y, con un suspiro- pensar que todo empezó por mi curiosidad, por saber hasta dónde viajaban mis troncos de pino. Y a propósito- recordó- apenas lleguemos me meteré al bosque porque es tiempo de plantar los nuevos pinos y reponer cinco a uno los de la tala pasada. Talvez con el tiempo- le dijo mirándola con sus ojos claros- todo esto nos parecerá un sueño…



-O una ilusión óptica…



-¡O la singularidad de la óptica de una ilusión…!- dijeron a coro, leyéndose el pensamiento. Y esta vez rieron largo, largo tiempo, sin parar, como era ya costumbre en ellos cuando algo misterioso o inexplicable les ocurría.

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