MAS RECIENTE

pedrofuentesriquelme

Cuento: Aquiles


OTROS CUENTOS: AQUILES




Para: Ana y sus volcanes sub-marinos.



-¡Nunca he visto quieta esta mar, ni en mis días de niño; nunca la he visto en calma; siempre azotando la costa con su rabia; hasta el viento se cansa, a veces, pero ella nunca, la maldita!-.



-No le hables así, abuelo. La mar es bueno puesto que de ella vivimos…-.



-Y en ella morimos- remachó el viejo Aquiles.



-No siempre, abuelo; recuerda que tú pescaste siempre, hasta que no te dejaron esos calambres en tus brazos y tus manos. Pero igual sigues trabajando para ella: calafateando el bote o remedando las redes-.



El viejo paró un momento la aguja de madera, llena de hilo de algodón con que iba rehaciendo los rombos rotos de las redes. Es una red corvinera, tan vieja como él. Miró a su nieto; el muchacho es alto y pálido, con esa palidez de los pescadores del sur que pescan de noche, hasta la madrugada, y se duermen apenas nace el sol. Luego el viejo miró hacia la mar embravecida, hacia la barra, donde el río se convierte en una gota más de inmenso océano. Su nieto le miró, preocupado.



“El sol del mediodía, incrustado en su cuerpo líquido, con sus rayos infinitos, la excita y se alza en olas de blanca espuma mientras se estrella contra la playa gris y los manchones de arena azul por donde se mueven los dos hombres. Pero a ella no le interesan los pescadores que se mueven como dos pequeños gusanos, ni esas redes que cada noche del año le arrancan su cosecha de peces, ni esos botes tumbados e la arena donde otros seres, como ellos, martillan. Nada de lo que se extiende por esa inmensa playa de kilómetros le interesa. Pero sí el río. Esa masa dulce metida cada segundo en su costado. Quiere seguir el curso de esas aguas extrañas hasta su nacimiento, remontarse viendo qué ocurre tierra adentro, en sus orillas, en su fondo y descubrir de qué entraña nace.



Es apenas pasado el mediodía; sus grandes olas han estado llegando encrespadas de espuma. En unos momentos tendrá toda su potencia acumulada. Ha alzado la fardela, esa cortina de vapor con que produce un cambio en el tiempo, aunque, esta vez, la fardela es un grueso muro espeso y caliente que cruza la isla “Mocha”, lejana, y que los hombres apenas distinguen. El muro blanco crece y levanta su calor y minuto a minuto elevará su temperatura hasta estallar. Ahora ese muro son las lenguas de sus fuegos, sus entrañas ardidas que nacen desde lo hondo de la tierra.



Todos los seres han huido: los lobos desde sus roqueríos, los peces grandes y pequeños, millones de moluscos que se han desprendido de las rocas y los crustáceos viajando en las corrientes. Muchos de ellos que no siguieron el instinto inculcado por millones de milenios, murieron, y serán arrojados a las orillas, donde los hombres ahora caminan con sus redes colgadas a los hombros”.



En la playa el viejo Aquiles sintió que la tierra se agitaba bajo sus pies y soltó la aguja para apoyarse en su nieto. El muchacho sostuvo a su abuelo pero los sacudones seguían uno tras otro. Vio como las empalizadas que sostenían las redes cedían y quedaban agitándose en la arena como si estuvieran vivas.



Los otros hombres, al igual que ellos, habían caído al suelo y eran golpeados contra la arena.



En las calles cercanas las gentes habían salido a la calle y gritaban enloquecidos, pronto caían y se quedaban unos junto a otros moviéndose con gestos desesperados.



En la playa el viejo Aquiles le dijo a su nieto que rodaran hasta los otros hombres; el muchacho obedeció y vio como le seguía a su abuelo. Los pescadores al verlos hicieron lo mismo hasta encontrarse. Entonces Aquiles les pidió formar una gran rueda; tomarse de los brazos a la altura de los hombros y levantarse poco a poco. Unos segundos después lo habían logrado y se libraron de los golpes contra el suelo. Entonces iniciaron una extraña danza, al ritmo trepidatorio y ondulante de la tierra.



El viejo miró la mar que se agitaba. Bramaba el Toro, ese ruido aterrorizante que nunca se escuchaba de día. El Toro que había agitado sus sueños desde niño.



La fardela se perdía hacia el sur y hacia el norte, y se ensanchaba, se desgajaba en delgadas columnas; vestidos de sirenas, ondulantes velos sobre el mar embravecido que cantaba su canción de muerte.



El viejo Aquiles sintió miedo y pánico. Trataba de pensar y no podía. Solo veía las olas y el sol ardiente que parecía detenido. Quiso gritar y tampoco pudo. Ahora maldecía porque no lograba entender qué pasaba hasta ver que, de de improviso, las aguas se recogían, a todo lo largo de esa playa de kilómetros hasta perderse de vista, y el río, esa enorme masa de agua dulce, se vaciaba como en un desfiladero infinito. Tuvo esa imagen y se le metió por todo el cuerpo hasta que logró sacar la voz, y gritar:



-¡Ahora a correr, que viene el maremoto, mierda!

« ANTERIOR
SIGUIENTE »

No hay comentarios

Publicar un comentario