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pedrofuentesriquelme

Poesía del recado de Neruda


POESÍA DEL RECADO A NERUDA




Y así como subíamos el gran cerro,
Capitán
de Nahuel-Huapi a la cruz
Hoy te digo:
no hay blancos por estos senderos,
todos son rojos,
todos los copihues son rojos,
viejo Capitán,
compañero;
porque este Ñielol de huellas tuyas,
en un lecho de hojas
se bebió la sangre del primer guerrillero.
Hernán cayó en el cerro
también.
Hernán con un gran tiro
de fusil.
Temuco es aún la verde empuñadura
del sur:
las quilas tiemblan en medio de la luz,
primigenias,
esas tiernas agujas verdiazul.
El Cautín de plata,
truchas de luna
y cintura estrecha en abril,
es un lento y frío ataúd.
Alguien grita:
¡Neruda ha muerto!
… y se estremecen gritos,
se estrangulan voces,
los pitos de las fábricas
se detienen hoces, martillos,
se cierran puños sobre chuzos y palas.
… Hoy no tengo palomas en las manos…
¡sólo un nudo feroz en la garganta!
Lloran tu viejo cuerpo
que es todo lo que puede morir y llorar
y recuerdo tu voz,
mientras miras,
como entre mimbres,
la muerte del Damas en el Imperial.
Las dos aguas se arrastran y luchan:
una es clara
la otra oscura,
una de peces y algas
la otra de amarillo mineral.
Carahüe era tu puerto,
Capitán.
Allí estaban las huellas
De Ercilla
y su voz que no se apaga
por los oscuros túneles de la ciudad…
Tú sabes cómo,
cuán lenta es la vida
aquí!
Primero enterrar los muertos,
de Nahuelbuta a Mehuín.
Hay que sacarlos de noche:
desde el Quepe al Colico,
de Panguipulli al Donguil,
del Villarrica al Cautín.
Ellos yacen…
Ellos yacen en el fondo,
con los pechos abiertos y los ojos inmensos,
junto a las riberas,
entre manadas de peces hambrientos.
¡He visto a los viejos con sus ponchos de grecas
quedarse como perros frente a las lagunas
gritando a sus muertos!
¡He visto!
¡He visto!
¡pescadores yertos,
sus venas vacías
y la cosecha marina pudriéndose en los puertos!
¡Vi en Molco a los colonos
en las tierras de nadie,
batirse como fieras,
y a la sucia jauría
partirlos hueso a hueso.
¡He visto a los mapuches beber sopas de tierra,
reventarles las tripas
y entonar un rezo!


Tu frontera no es sólo verde empuñadora vegetal.
Rojiverde,
Rojinegra empuñadura,
y no lejos viene el tam-tam,
compañero.
Vamos a elegir.
Vamos a elegir el cordero negro,
Capitán.
El cordero negro con una estrella en la cruz.
Vamos a beber su sangre roja
y correr la flecha desde Arica al Sur.
Esta flecha roja de crespón azul.
Esta flecha rojiazul.
Esta flecha rojinegra.
Esta flecha rojinegraverdiazul
corre desde Arica al Sur.
Y no olvido,
Capitán.
No olvido.
No olvido Dawson, Chacabuco,
no olvido.
No olvido ríos, lagos, fiordos, montes,
No olvido.
No olvido vientos, arena, lluvia,
no olvido.
No olvido cielo, nieve, espanto.
¡No olvido furia, Capitán, no olvido!
No olvido madres, lágrimas,
cuerpos,
ojos,
sangre,
no olvido.
No olvido llantos, miedo, angustia.
No olvido piedras, libros, fuego.
No olvido aire.
No olvido dedos, música, manos.
Rostros, niños, viejos, no olvido…
¡Mientras vuela esta flecha a su destino final!


Hoy todo me enfurece,
Capitán.
Amo nuestra patria pequeñita,
sus aguas claras, limpias, frías,
pero hoy todo me enfurece
mientras camino por nuestra vieja ciudad.
Las húmedas y estrechas galerías
de cuatro siglos
y más.
Aquí se batió García
con Ercilla
junto al Damas y El Imperial
y tú mismo desde aquí partiste,
por Lonquimay,
a tierras de libertad.
La Imperial.
Ave Fénix en mapuche,
Carahüe a los demás.
Tú traías entonces
la mirada final de Federico,
el invierno de Guernica, Madrid,
y un anillo de llamas en el corazón.
Hoy recuerdo y todo me enfurece,
Capitán;
me enfurece esa retorcida cuerda
de la Historia
que amarra dolor y poesía,
que amarra pueblos, hombres, canciones,
sus viejas heridas
y nos lanza perdidos,
hechos niños
o descerrajados, como un tiro,
a la oscuridad.


Entre robles y tilos de la Plaza Mayor
una furia de indio me desgarra.
Vibran cultrunes, veo al Pillán,
mis pies danzan entre los Rehues.
En los puños caliento colihues y Obsidiana,
pero mi corazón es un pájaro
que morirá de ira y dolor.
Esta hacha de piedra
en la mano oscura de Caupolicán,
su perfil de águila,
su voz lenta: feleñie, feleñie, esperar.
Feleñie, feleñie, dicen Colo-Colo y el Pillán.
En esta plaza misma
clavó sus espada Valdvia, el Conquistador:
hacia el Oriente de la Iglesia,
hacia el Poniente el solar
y en esta misma plaza,
frente a la misma Iglesia
una hoguera de libros sube,
sube y sube
como la espuma del mal.
Ahí giran las cenizas de Gorki y el Panait.
Dos hojas de “Soñadores” huyen
sobre gorras y bota militar
y la espada es un halcón furioso
que atraviesa Ibsen, “Soñadores”,
“El Mexicano” y “Cardos del Barragán”.
Las lenguas amarillas
tragan libros, pensamientos,
tiempo-espacio…
espacio-tiempo…
Yo las he visto en la cintura
de la doncella de Orleáns,
en Salem,
Boston,
Asturias
y al gran sacerdote Mac
¡el gran sacerdote Mac!
¡Esa retorcida cuerda de la Historia
que anuda en llamas
pensamiento y libertad!
De España vinieron los abuelos de Mac
y hoy aquí sus nietos,
queman libros, niños, alma y pan.
Esa lengua azul es un poema de Kayam
sólo una lengua azul de “Rubayats”
gira en la noche
frente al mar.
Hoy todo me enfurece
y ni siquiera lloro sobre esa colina de cenizas,
que arremolina el viento,
y se desgarra en un lento funeral.
La patria pequeñita, de arena,
de verde y nieve eterna,
es una hoguera enorme,
Capitán.


Alguien se desliza por la oscuridad,
de mata en mata,
hecho un ladrón;
una sombra más oscura,
luego un tiro, un grito…
apenas un tiro en la oscuridad,
apenas una sombra que cae,
una sombra que besa el Damas
o El Imperial.
y ese tiro en la oscuridad,
por un impulso venido
desde alguna caverna perdida
¡en quizás qué continente del fondo del mar!
convierte los dos ríos, en fríos ataúdes de cristal.


Es el tiempo del trigo y las avenas,
de reunir la era familiar,
de bajar desde el bosque las maderas,
de cargar el río de troncos,
voces,
de girar en los lentos remolinos
como un tronco más.
Tiempo de balsas y dormir en las riberas,
Yupehue, Chol-Chol,
una manta de estrellas,
bajar Nahuelbuta,
la vieja cordillera,
de boquis, venados, pumas,
tendida entre los pueblos
con su sueño de siglos,
y el rostro dormido bajo el sol.
Pasar puertos, casas,
los hornos de carbón,
con sus blancas melenas de humo
donde tiembla su risa el leñador.
Tiempo de escanciar el vino,
el primer vino de abril;
tiempo de reír en la vendimia,
de besar muchachas,
de apretar sus pechos como dos racimos
en la noche transparente de un lagar.
Ese es el tiempo del amor y de la paz,
del amor esperando en una esquina,
del hijo bajo el techo familiar,
del beso en la ventana
y en la cocina el pan;
del trino de la voz en las mañanas,
del vientre hecho nido…
ese era nuestro tiempo,
Capitán.
Pero hoy es el tiempo de Judas y Caín.
Vinieron por el río invisible
de la Historia,
de vena en vena a cordón umbilical,
como otro Gilgamesch.
Y nuestras noches son de sirenas, ladridos,
puertas cerradas,
de metralla en las calles desiertas.
La noche es de cuchillos,
gargantas,
de gritos golpeando en las ventanas,
de mujeres violadas
y la muerte infame en algún hospital.
Nuestro dolor es dolor,
pero un día será ira,
sol del desierto
nieve eterna,
para marcar el rostro traidor.
Vendieron pueblo y espada
por un hueso,
como vomita el perro
para el bocado mejor.
Y se repetirá la historia,
Capitán.
Las lanzas de los Incas
del Bío-Bío no pasaron,
se quebraron las flechas
en los pechos araucanos
y por vez primera
tembló el Imperio del Sol.
¡Ni tributos ni esclavos!
¡guerra!
¡Guerra a muerte al invasor!
Y luego vino el Ejercito Español
¡Pólvora en mano, América dentro,
con sus gruesas corazas y un Pehuenche traidor!
Bajaron la selva,
fundaron fuertes:
Penco, Carahüe, Valdivia…
… y en tres siglos no durmieron
ni su brazo, ni su espada,
ni Castilla, ni Santiago ni León!
Ellos torturaron
como los Pehuenches de hoy:
Brazos, manos, dedos.
Decapitaron jefes araucanos
pero nunca quebraron el altivo corazón.
No basta la espada para los hombres de la tierra
ni el filo en la orgía de cuchillos
y no dormirán
¡ni en tres siglos!
como aquellos invasores,
los Pehuenches que matan
en el nombre de Dios.
Adentro, en mis ojos,
duermen viejos pescadores,
atados a una piedra
en el cofre verde del mar.
Mineros al fondo de minas olvidadas,
entre mantos agotados de carbón.
¡Y siento que la sangre de mi raza
despierta
y su furor
rompe arcones sumergidos,
que el tiempo es un Río detenido,
apenas humo en un espejo,
mientras mis manos buscan
mis ojos,
uñas,
dientes,
buscan.
mis huesos,
sangre,
buscan
y saltan vallas
atraviesan corazas,
quiebran escudos, arcabuces
y buscan,
buscan:
al asesino mayor,
porque mis ojos son rayos
que dejarán sus cuerpos como a la mujer de Lot!
¡Mi corazón es una flecha fría
y mis puños de piedra
desgranarán en lluvias sus cuerpos de sal!



Nahuel-Huapi: fuente de agua natural al pie del cero Ñielol en Temuco. Copihue: flor silvestre y símbolo nacional de Chile. Existe sólo en los bosques del sur del país en tres variedades: blanco, rosado y rojo. Cultrunes: tambores. Pillán: dios de la guerra. Rehües: ídolos. Colihue: lanza de bambú. Feleñie: esperar.

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