CUENTO DE SEPTIEMBRE: EL BOTÓN ROJO
Los niños habían estado a la entrada a todas horas. Cuando el sol caía a plomo también. Recordaba haberlos visto junto a la acera, con los rostros apretados, muy serios, la mano derecha levantada y el pulgar dirigido a un punto indeterminado. Se preguntó hacia dónde irían y cómo alguien podría conducirlos desde ese lugar hasta uno preciso.
Era la salida de los condominios y allí vivían trabajadores que viajaban a todos los rincones de la ciudad. Pero estaba allí, esperando, sin hablarse siquiera, con los ojos muy fijos e intensamente concentrados. Esta vez era un chico y una niña. No tendrían más de seis y siete años. El chico era regordete y el pelo muy liso le cubría casi los ojos. La chica, en cambio, era delgada y se veía más frágil con el vestido escocés ajustado a la cintura.
- ¿Nos da un aventón, señor? Recién había dejado a otros dos niños a la entrada de los edificios y tenía la impresión vaga de haber visto las calles y plazas llenas de ellos. Los había encontrado viniendo desde la Ciudad Universitaria y como aquéllos de la mañana, muy solemnes, indicando esta vez hacia el sur con los pulgares.
Les abrió la puerta del carro y los chicos se sentaron seriamente a su lado.
- Te digo que Andrea lo vio - afirmó la niña dirigiéndose a su compañero.
- Pues yo digo que es demasiado pequeña para recibir -negó el chico- síguela otra vez, Alejandra.
- Bien - dijo Alejandra. Y cerró los ojos verdes, muy claros y ahora brillaban sus pestañas negras, apretadas.
-La tengo, Antonio - dijo sin abrir los ojos.
- Síguela pero no la apures, recuerda que es muy pequeña.
- Todo está igual y esa cosa cae sobre las montañas de hielo.
Hay sol y animales marinos, a millares; más que ayer, es como si estuvieran llegando de todas las regiones, pero ellos no saben lo que sucederá...- exclamó con un sollozo sofocado.
- Síguela - le ordenó Antonio muy serio.
- Están sobre los témpanos. Atrás, como torres o inmensas catedrales, las montañas blancas y heladas. Ahora, desde el fondo del mar salta el agua y los cristales de hielo se alzan y cubren el sol. La luz desaparece junto con las montañas, los animales también y una ola inmensa avanza hacia el sur. Cubre las islas primero. Unos barcos pequeños y otros enormes desaparecen. Ahora brega la ola y avanza sobre los continentes...
¡Detente! - le ordena el chico.
"Un juego nuevo - piensa el hombre - los chicos están cada día más extraños. Cada vez más extraños y también más alejados de nosotros". Pensó en Cecilia. "Tiene tres años y aprobó los exámenes de cuatro y cinco años en el Kinder. Chicos.
Extraños y hermosos chicos. Hace mucho tiempo pensó dejar el laboratorio y entregarse a la educación de Cecilia, plenamente. Pero se abrió un nuevo proyecto de investigación y ya no pudo. El proyecto era fascinante: "Distorsión magnética del tiempo". El primer año todo estuvo bien. Hasta que logró los primeros resultados. Y con ellos llegaron las prisas. Las prisas con galones y fajas de tres estrellas: "Distorsión temporal". Distorsión reversible". "Antidistorsión temporal". "Distorsión reversible". "Antidistorsión temporal". Antidistorsión reversible". "Unidades de acción limitada". "Unidades de acción sin límite". Y entonces estuvo a punto de mandarlos a todos al diablo. Como jefe de equipo podía cancelar la investigación. Pero ahora supo que no podía, que estaba atrapado en la red de estrellas y galones. No soltarían su presa hasta ver resultados concretos... o el fracaso irremediablemente comprobado.
Y esto ni para sí mismo se lo confesaba.
- El casi lo sabe - dijo la chica en voz baja.
- ¡Eso es imposible! - negó rotundamente el chico.
"Máximo once, mínimo tres". Recuerda las reglas.
¿Y Andrea? - preguntó Alejandra.
Antonio se quedó quieto y pensativo. Algo estaba cambiando sin que él pudiera comprenderlo.
- ¿Cuándo es la "cadena"?
- Esta noche.
- ¿Esta noche? Entonces será pronto ¿verdad?
- Unos pocos días o unas pocas horas - contestó ella.
No se sentía asustada. Preocupada por su madre más bien. Nunca estaba en casa y aunque ya se había acostumbrado en cierta forma a jugar sola, sentía que su presencia la llenaba más que todos sus juegos. Su padre venía los domingos y salían al parque o al cine. Siempre estaba preocupado y sombrío. Sentía que no podía llegar hasta ella aunque a veces lo intentaba.
- Qué extraño me miras - le dijo una vez. Y eso fue todo. Ella sabía. Podía recorrer el alma de su padre y sentía que lo asustaba. Pero nada podía hacer. Lo que fuere, cualquier nuevo vínculo que quisiera establecer con ella tenía que hacerlo y construirlo él mismo. Desde ahí, desde esa imposibilidad de acercársele partía su miedo. Ahora veía en Antonio un terror parecido al de su padre, apenas insinuado, subyacente, escondido dentro de él en algún lugar oscuro y tenebroso. Le dio una tristeza infinita y un dolor que hizo asomar lágrimas a sus ojos dejándolos más claros.
- No llores, no temas, no hay otra salida y yo te defenderé de cualquier cosa que nos ocurra - le dijo él. Y ese valor que vio arrancando desde el alma del niño la hizo estallar en un llanto suave y doloroso.
- Ese es un juego malo si te hace llorar - dijo el hombre mientras toma a la primera curva hacia el final de los edificios.
Pero no le contestaron.
Te digo que él casi lo sabe - insistió la niña cuando había dominado su llanto - no lo sabe con certeza pero está en su cerebro. Puedo recoger la idea en cualquier momento.
- ¿Sabe lo qué sucederá?
- No lo sabe.
- Entonces ¿qué es lo qué sabe? ¿O qué es lo que está a punto de saber?
- El busca la "Puerta".
La niña dijo que nadie en la tierra lo sabe-aseguró enfático.
- Pero la busca... y si la encuentra pueden seguirnos ¿no lo comprendes?
Es verdad, no lo había pensado - se preocupó. El hombre los escuchaba asombrado. Era un juego, pero no trataban de hacerlo misterioso como otros niños. Pero era un juego muy extraño. En los juegos los niños ríen y gritan y saltan. Y estos chicos estaban serios, demasiado serios. Demasiado solemnes.
Y desde hacía unos días qué todos estaban "demasiado serios" - recordó. Y también Cecilia, se dijo casi consternado, y a pesar de esta tarde, tórrida, unas agujas frías sacudieron sus nervios y se quedaron temblando en todo su cuerpo. Había pensado que la pequeña estaba retraída o preocupada por algo insignificante. "Pero así son los niños" - había pensado. Y se prometió interrogarla apenas llegara a casa. "No podría soportar el perderla" - se dijo con angustia.
- Está preocupado por su niña -le dijo Alejandra a Antonio.
Es un buen hombre pero ¡qué pena si él busca la "Puerta" y no la encuentra a tiempo! ¿No podríamos decírselo?
-Ya sabes que no. "Máximo once años, mínimo tres". Es la regla. - Hasta que la Niña nos ordene otra cosa.
También está preocupado porque la "Puerta" se utilizará para la guerra - dijo Alejandra.
Está preocupado pero buscará la "Puerta" hasta encontrarla y la entregará para matar - aseguró el chico - ya ves cómo no podemos decírselo. Ya ves como son "ellos". No nos han dejado otra alternativa. Y pensó en su padre. Sabía que él lo amaba pero no podía comprender por qué debía dejarlo solo siempre. Entre un ejército de sirvientes pero solo. Los sirvientes se divertían en su ausencia y permitían que él hiciera lo que quisiese. En uno de esos días cayó sin saber como en la "cadena". Sintió la voz dulce de una niña explicando. Primero había sentido temor y miró por los arbustos del jardín buscando a la dueña de esa voz; luego, la misma calma dicción le arrancó sus temores hasta que comprendió que la voz la sentía en sí mismo y entonces "vio". Unas torres de hielo, el mar congelado, la inmensidad blanca bañada por el sol, los animales marinos, alguna ballena rosada por el agua fría del Ártico y de pronto el estallido, una tromba de agua elevándose, surgiendo como un animal maligno hasta el cielo opacando el sol y luego, lanzada con furia sobre la tierra.
Pero no teman - fijó la voz musical de la Niña, una hora antes de la explosión nos iremos. Una hora antes que esa mano oprima ese botón rojo y lo destruya todo.
- ¿Y mi padre no? ¿No irá conmigo?
No es posible - dijo la Niña - "está muy ocupado". "Muy ocupado". "Muy ocupada". "Muy ocupados..."- el niño escuchaba un eco interminable de voces en su cerebro.
- ¿Qué miras niño bobo? - le dijo un sirviente al pasar, casi borracho.
- Quiero mi leche - contestó Antonio.
Disculpa, pero estoy muy ocupado - dijo el hombre.
En el carro los niños habían callado.
¿No irá ningún adulto? - habló Alejandra.
Ninguno - aseguró Antonio con tristeza y pensó en su padre. Ellos provocarán el estallido y no hay forma de cambiar eso. Ni siquiera la Niña puede. Si nosotros lo intentáramos nos encerrarían en sus manicomnios, o nos llevarían con sus sicólogos, tan locos como ellos, y dirían que es por nuestro bien.
- ¿Aunque seamos sus hijos?
- Aunque seamos sus hijos. En ese momento ni siquiera lo recordarían. Piensa en que ellos siempre están "muy ocupados".
¿Volveremos pero será en mucho tiempo. Cuando la radioactividad haya desaparecido y se haga otra vez respirable el planeta.
- ¿Y qué será de nosotros?
Antonio no le respondió porque de improviso sintió la urgencia apremiante de dejar el carro. El hombre los vio correr tomados de la mano y perderse entre los edificios demasiado iguales; entre ventanas demasiado cuadradas, del mismo color, y de carros también parecidos, con alguno que otro cromo diferente. Un momento después no sabía en cual edificio habían desaparecido los chicos. "Nadie podría saberlo - se dijo - los condominios son demasiado grandes, demasiado simétricos. Si yo fuera niño esto me mataría. O bastaría para matarme. Tal vez hasta nosotros seamos ya demasiados iguales. Un día habrá que cambiar esto. Habrá que darle un tono personal y diferente. Un día, cualquier día de la semana o de la otra. O del otro mes, o del otro año. Pero hay que hacerlo. Yo mismo lo intentaré - se prometió - cuando no esté tan ocupado".
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