MAS RECIENTE

pedrofuentesriquelme

Poesía: Johnny Lee


POESÍAS INÉDITAS: JOHNNY LEE




Cuando bajo el arco del Golden Gate
del Oakland y San Francisco intactos
se desentierre el esqueleto de Johnny Lee
en este Año de Gracia de 2535 de Nuestro Señor,
Johnny Lee
autor de falsas aspirinas
de la arribina
descubridor del ADN
desoxirribonuclieco
o de la Gran Hamburguesa a la Dixieland
y otras enredadas palabras de vender
o traficar, despanzurrar o timar
se pensará ¡qué poco tiempo tuvo
para sus propios huesos
secos por radiación!
¡Y ni una sola lágrima para Johnny Lee de San Francisco!
Ni un solo verso para Lee de San Francisco John.
Nada para el mísero esqueleto
de Johnny Lee.
Apenas estos huesos
depósitos de estroncio
apenas esta triste casa radiactiva de neutrón.
Sólo un megatón para Johnny de San Francisco Lee.
¡Oh, que condenadamente poco!
¡Nadie que llore, que grite
nadie triste
desgarrado!
Nada.
Sólo gritos y patadas.
Sólo toneladas de tierra
bajo los pilares del Golden Gate
del Oakland y San Francisco
intactos
¡Ira de Dios!
¡Cómo me entristece su esqueleto
enterrado al revés,
vejados los siete mil huesos
clavado como un Cristo
la cabeza abajo y arriba los pies!
El hombre es cruel…
¡tal vez tuvo madre…
…padre… no sé…!
¡Tal vez tuvo abuelos…
… novia…!
¿Quién puede saber?
Y él no tuvo la culpa ninguna.
Vivió como cualquiera en su gran país:
vendiendo melamina
urea
culos enlatados de cerdo
municiones
bombas de neutrones
algo de cizaña; lascibina, pornografía,
algo de cañones
¡tal vez un barco espía!
¡Un barco de guerra con sus maldiciones!
Así vivió
y por el bien del negocio a veces
sólo a veces
en pocas ocasiones
hizo de Cabrón…
… o Celestina…
solo por el bien del negocio…
Vivió como cualquiera en este siglo de la comunicación…
contando monedas frente a un gran televisor.
Murió como todos
no del corazon
no de hambre
ni malaria
no murió de amor…
no murió de odio.
Murió aséptico
vacunado contra todo
sin piojos
sin pulgas
recién bañado
sin bigotes
con el pelo corto…
murió como todos
mascando cacahuates de neutrón.


II

Y todo eso no era todo
ni siquiera una parte.
Estaba el esqueleto de ballena
gigantesco y blanco
comido de perros y quitreles.
Estaba la ira
la ansiedad, el miedo,
el cielo tan gris, el viento,
tan fuerte el salitre, el yodo
el sol metido en su casa de algodón
aquella tarde.
En las playas amarillas
el mar moría con su carga inerte de peces.
Todo eso era
Johnny Lee.
La ciudad dormida,
sin ruidos, sin sirenas la inmensa bahía,
sin silbatos, sin aullidos
sin trenes
como si fuera el final o el principio del mundo.
En la Holloway y Brighton
… había una vez…
había una vez un marinero que cantaba…
“Por el Forestal arriba
mirando el cielo a travez
de los árboles desnudos
leías un verso en inglés”.
Habían dos marineros
en la proa de una esquina
chillan albatros de frenos
y gaviotas de bocinas.
Nunca más habrá nadie que cante en esa esquina.
Todo estaría bien si alguien gritara
o llorase
¡hasta compraría un cañón a Johnny Lee
solo por escuchar una voz humana!
… y ese cañón lo pondría en un jardín
lo llenaría de tierra, de humus
hasta que se pudriese.
No tardaría mucho en pudrirse – pienso –
los cañones de Johnny Lee solo duraban una guerra
como la de Yom Kipur
calculados estrictamente
para cuarenta mil disparos cada treinta segundos.
Estaba eso de la Sociedad de Consumo
La sobreproducción
La contracción del mercado
y la farisaica competencia
pesadilla amenazante
Alemana – Hong Kong – Europea – Japonesa.
Por eso los cañones
no debían durar toda la vida de un pueblo
ni toda una guerra
y estaban también las cargas de reposición
el modelo nuevo no debía servir al anterior.
Todo eso lo habría considerado
al comprar en este momento
en este segundo
un cañón a Johnny Lee.
Todo lo tendría en cuenta
pagaría su primer precio y lo olvidaría luego
todo por escuchar una voz;
y debían haber muchas voces,
todo San Francisco debía gritar
enfurecidos o no
debían gritar por las calles
hoy.
… si los cálculos fueron correctos… “después de la explosión los hombres viven ocho días…
o un mes…”
… como una rata con dosis errada de estricnina.
Los científicos a veces se equivocan.
Encerrados en su probeta de marfil.
calculando la órbita exacta del ojo trifásico
en la ladera del sueño de un fotón…
se equivocan.
Por el gesto milenario de rascarse la nariz
en el rito del ajuste perfecto de una fórmula genial
de matar
al menor costo material
se equivocan.
Y no es culpa del hombre
del sabio
ni del científico,
aunque nos duela
aunque ataque nuestro orgullo,
en la lección irremediable de los días,
por lo menos una vez
nos sentaremos a pujar
antiestéticamente
en el WC.
Otra cosa habría sucedido
si el hombre no tuviera nariz,
si nunca hubiese bajado del árbol
“no habría desequilibrio ecológico”
Si nunca se hubiese erguido
“jamás habríamos gozado del Can-can”
Si no hubiese tenido dedos
“no sabríamos apretar del gatillo”
O no descendiera del hombre de Pekín
“el hombre feliz no tenía camisa”
Y todos habríamos gritado.
Pero nada de esto se puede cambiar.
Todo sucedió hace mucho tiempo
mucho más del que quiero acordarme.
Sucedió en los tiempos en que Johnny era turista
y sembraba su tristeza por el mundo
una tarde de Tokio en que dijo ¡Good Morning!
y alguien le contestó ¡Nagasaki!
Johnny respondió ¡Thank you!
y la niña dijo ¡Hiroshima!
Y Johnny esta vez no le respondió
porque acababa de encender un puro
y admiraba impasible el Fujiyama.

« ANTERIOR
SIGUIENTE »

No hay comentarios

Publicar un comentario